Lunes 29 de Abril de 2024

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Quiénes son los “Taxi-dancers”, los bailarines contratados por turistas extranjeras para bailar tango (y sólo eso)

Los taxi-dancers son bailarines contratados por turistas extranjeras para bailar tango. Su trabajo consiste en ser compañeros de baile durante tres horas, proporcionando una experiencia exclusiva y enseñanza práctica. Horacio Lobo, Nahuel Guzmán y Javier Silva son tres ejemplos de taxi-dancers, quienes toman en serio su ocupación.

Sentados en el borde de la pista de una milonga vislumbramos, entre la multitud de parejas, a un hábil bailarín joven que guía a una señora madura por los vericuetos del tango; ella lo sigue con poca, mediana o mucha dificultad. Y ante este cuadro podemos apostar, con la casi certeza de ganar, que él es un taxi-dancer y ella, una turista extranjera aficionada al dos por cuatro.

Ojo: también podemos ver en la pista parejas de edades muy disímiles -él de 90 años, ella de 40; él de 25 y ella de 80- bailando divinamente. Pero en estos casos, casi con certeza también, los dos son locales y se han elegido mutuamente.

Volviendo al principio, es fácil, ay, caer en el equívoco de confundir oscuramente a esos muchachos con taxi-boys. No. El trabajo del taxi-dancer consiste exclusivamente en lo siguiente: es contratado por una dama en forma privada para conducirla a una milonga y ella se asegura de este modo un compañero de baile para la velada, la tranquilidad de que no va a “planchar” y de paso, una enseñanza práctica y exclusiva.

Duración de la tarea: alrededor de tres horas.

Condición básica del taxi-dancer: saber “llevar” por la pista a su ocasional compañera, no importa la estatura de ella, su contextura física y la destreza o no que posea para el baile.

Los taxi-dancers en cuestión

Horacio Lobo (de Carmen de Patagones), Nahuel Guzmán (de Mar del Plata) y Javier Silva (de Bogotá, Colombia) son taxi-dancers, rondan los treinta años, tienen historias muy variadas y toman seriamente esta ocupación laboral. Son tres entre muchos otros; hay un número grande de taxi-dancers, pero es imposible de cuantificar.

Nahuel, Horacio y Javier aseguran que está claro a qué vienen las turistas: "No quieren conocer las Cataratas del Iguazú, quieren bailar tango". Foto: Juano Tesone

-Una pregunta clave: ¿les molesta el término “taxi-dancers”?

Nahuel: No. Sólo me molesta cuando la gente que no sabe nada de este trabajo lo “sexualiza”, porque lo asocia con “taxi-boy”. Está totalmente alejado de eso.

-¿Y nadie pensó en otro término?, ¿por ejemplo “acompañante?

(Los tres casi al mismo tiempo):¡No, acompañante es mucho peor!

Nahuel Guzmán es de Mar del Plata. Abrazó la profesión de "Taxi- dancer".

-¿Por qué?

Nahuel: Imaginate, bailamos con señoras que nos llevan treinta o cuarenta años y alguien nos señala, “es su acompañante”. Qué feo.

Nahuel cuenta: “No me gustaba la música, ninguna música. Pero un día una compañera de escuela me propuso que fuerasu compañero de baile de tango para los torneos bonaerenses; teníamos 13 años, ella medía un metro cincuenta y me dijo: ‘Tenés la altura ideal’”.

“Pasé un año de calvario porque el tango al principio duele; pero después, cuando ves que algo te sale, ya no hay manera de volver atrás. Empecé también a tomar clases de danza clásica -mi maestro me había dicho que complementaría bien mi tango- y a bailar en espectáculos en Mar del Plata haciendo lo que se me presentara. Es decir, todo”.

“En cuanto al tango, sólo bailaba coreografías. No sabía improvisar ni ‘llevar’. Me mudé a Buenos Aires, una ciudad que no te permite quedarte quieto. Es hermosa y terrible. Cuando fui a una milonga descubrí que no sabía nada. Fijate, la costumbre es que cada tanda musical incluya tres o cuatro temas seguidos y es muy difícil que alguien te plante en la pista después del primer tema. Eso me pasó: la mujer me dijo ‘gracias’ y fue a sentarse”.

Una noche de milonga en New York City, la célebre discoteca. Foto: Matias Martin CampayaUna noche de milonga en New York City, la célebre discoteca. Foto: Matias Martin Campaya

-¿Y cómo te sentiste?

-Me quedé mudo en mitad de la pista. Yo, que creía que me devoraba el mundo y de pronto apareció alguien y me derribó de un hondazo. Pero fue muy lindo porque comencé a aprender de verdad qué significaba bailar tango.

El tanguero colombiano y el que aprendió de chico

Javier Silva, el tanguero colombiano, lleva a una dama en una milonga porteña.Javier Silva, el tanguero colombiano, lleva a una dama en una milonga porteña.

Javier explica: “Bailo tango desde hace nueve años. Estudiaba psicología en la Universidad Nacional de Colombia, en Bogotá, y en cierto momento quise abordar la corporalidad en relación con mi carrera. Me acerqué al teatro y a la danza contemporánea hasta que un día vi un anuncio de clases de tango para trabajar la conciencia corporal y el equilibrio; era lo que yo estaba buscando".

-¿Y entonces?

-Voy a la clase y la consigna es sólo caminar; en un momento el profesor se pone frente a mí, me abraza como un abrazo entre amigos y me conduce caminando. Luego me saca del círculo y me hace bailar. Me sorprendió poder hacer movimientos que no conocía y me gustó mucho. Después seguí con otros maestros, entre ellos la más importante para mí, Jennifer Orjuela, que ahora vive en Buenos Aires y estamos trabajando juntos como pareja con una finalidad profesional, de escenario.

Horacio: Un día mi mamá lleva a mi hermanita a unas clases de tango y yo las acompaño. Me quedo sentado en una silla, se acerca el profesor y me dice “¿no querés tomar la clase? Siempre hay pocos varones”. “No. Gracias”. Insiste:“vení, vas a ser uno de los mejores bailarines del tango del mundo. Probá.”

-¿Con eso te convenció?

-No sé si me convenció. Me dio curiosidad saber qué había visto en mí. Cuando salí de la clase pensé: “Es lo que quiero hacer el resto de mi vida”.

-¿Cuántos años tenías?

-Diez.

Una noche en New York City. La célebre discoteca alberga los sábados a tangueros. Allí los "taxi-dancers" trabajan a la vista de todos. Fotos. Matias Martin Campaya

Taxi-dancer, un oficio

Javier: Vine a Buenos Aires queriendo conocer la cultura del tango porteña, que es muy distinta a la de Colombia; y también para aprender mucho más, bailar, dar clases. Volví a Colombia, regresé aquí y finalmente me quedé. Ya había hecho un trabajo parecido al de taxi-dancer en Bogotá y había sido extraño la primera vez. Ocurrió gracias al organizador de una milonga que me dijo: “Mira, esta mujer está sentada, invítala”.

“Cuando llego a Buenos Aires, me contacto con una organizadora de varias milongas y me propone un trabajo como taxi-dancer. Ella es la que nos paga, hasta hoy, pero después fue apareciendo más trabajo porque algunas de esas señoras nos llaman por su cuenta”.

Horacio Lobos vino de Carmen de Patagones. Y descubrió el oficio de "Taxi-dancer".

Horacio: Me pasó algo parecido. Desde Carmen de Patagones me había ido a vivir a Mar del Plata, donde hay un buen movimiento de tango. Me quedé trabajando cuatro meses como “bachero”. Un día me encuentro con un afiche donde anunciaban clases de tango. Entonces volví a meterme con el propósito de ser bailarín profesional.

“Por una circunstancia de mi vida me instalo en Buenos Aires, pero continúo tomando clases. La idea de ser taxi-dancer no había aparecido en mí. Pero buscando trabajo llamo a Laura Grinbank, que había organizado milongas y que me recomienda a un salón de tango de Entre Ríos y Humberto Primo. Es decir, el salón me pagaba. Así apareció este trabajo que después, de boca en boca, fue creciendo y empezaron a llamarme aparte”.

“Mi tango tiene mucho que ver con lo que está pasando aquí, en este momento: compartir. Querría llevar mi tango por el mundo, pero nunca olvidar de dónde salí: mi ciudad, mi, barrio, mi casa”.

Nahuel: Sabía que existía el oficio y una chica conocida, que había sido taxi-dancer (mujeres de este oficio no hay muchas), me lo recomendó como algo laboralmente bueno. Me despertaba dudas: ¿cómo me sentiría bailando con alguien que no conocía? Pero el tango, en la milonga, te propone eso mismo todo el tiempo, aunque es cierto que es uno el que elige y que no es un trabajo.

Y continúa Nahuel: “Mi primera experiencia fue hermosa: un grupo de gente venida de Suiza, más mujeres que hombres, que ya bailaban bien, pero que hacía falta reforzar con algunos bailarines varones. No sólo me pagaron, sino que me encontré con una gente copada y de muchas edades diferentes”.

Horacio: Es muy bueno este oficio: trabajás de lo que te gusta, conocés muchas personas diferentes y lográs que alguien lo pase bien. Me interesa más esto que lo monetario”.

Nahuel, Horacio y Javier se consideran afortunados con su trabajo como "Taxi-dancers" y dicen que no les molesta el término. "Acompañantes es peor", aseguran. Foto: Juano Tesone

-Pero también es una tarea que puede cansar, aburrir, ¿no?

Horacio: Es verdad que estás contratado; pero hay que comportarse de la manera más natural posible sin tener que pensar de qué tema vamos a hablar. El tango es universal.

Javier: Cuando bailás con alguien aparece otra forma de conocerse. No me interesa hacer muchas figuras, sino que la persona experimente una linda sensación. Y si de pronto tiene dificultades con el baile, este trabajo te enseña a llevarla; no de una manera sosa, sino simplemente caminando y con un lindo abrazo; esto ya es muchísimo.

Nahuel: Yo no tuve malas experiencias, aunque sé que no siempre sucede. Pero la persona que viene de afuera a bailar tango suele llegar abierta, con buena energía y otra sensibilidad. Y cuando bailás con esa persona que te contrata, sabés que no es un turista que quiere conocer las Cataratas del Iguazu; es un turista de tango y viene a conocer su cultura, que es mucho más que bailar.

A lo mejor un día estamos cansados, sin tantas ganas; pero miramos alrededor nuestro -alguien carga al hombro una bolsa con 50 kilos de cemento- y nos decimos “qué afortunados que somos”.

La pregunta que se impone es si en algún momento la relación con las damas que lo contratan fue más allá de la pista de baile.

Los tres responden taxativamente: "Jamás".

LAURA FALCOFF

 

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