Martes 26 de Agosto de 2025

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Ceferino Namuncurá: más allá de los altares, un árbol trasplantado

Ceferino Namuncurá, aquel joven mapuche que hoy descansa en los altares, suele ser recordado por su santidad y por su canto en el coro de la Basílica, donde fue compañero de coro de Carlos Gardel.

La mirada institucional celebra su virtud, su obediencia y su dedicación religiosa. Pero ¿no hay otra forma de mirarlo? ¿No hay un Ceferino que escapa a las páginas oficiales, al canon de los santos, y que nos interpela desde su historia humana?

Porque Ceferino Namuncurá fue un árbol arrancado de su tierra natal, transplantado a un mundo que no conocía. Fue llevado a Buenos Aires, lejos de su comunidad mapuche, y allí, a pesar del cariño de quienes lo rodeaban, su salud se quebró. Enfermo de tuberculosis, y en un intento por “hacerle bien”, lo enviaron a Italia, a una tierra mucho más lejana y ajena, donde su cuerpo se debilitó hasta la muerte. Ese traslado, que para algunos es una anécdota, para la mirada folclórica se vuelve un símbolo: el desarraigo forzoso, la pérdida de raíces, la vulnerabilidad de quienes son usados como ejemplos sin considerar su mundo real.

Ceferino Namuncurá murió con apenas 18 años, justo cuando la vida comenzaba a desplegar sus primeros brotes, como un árbol joven que intenta levantar sus ramas hacia el cielo. No alcanzó a florecer plenamente, pero en ese breve tiempo dejó semillas de memoria, de fe y de canto que siguen creciendo en la conciencia de su pueblo y en la nuestra. Esa juventud truncada refuerza la metáfora del desarraigo: un árbol arrancado de su tierra en la época equivocada, que aunque debilitado, inspira y enseña con su existencia breve pero intensa.

El folclore no se limita a la celebración; también recuerda, interpela, denuncia. Ver a Ceferino como un “árbol trasplantado en la época equivocada” nos conecta con la memoria de los pueblos originarios y con la tensión histórica entre identidad, cultura y poder. Su historia invita a reflexionar sobre la humanidad detrás de la santidad: un joven que amaba cantar, que soñaba y sufría, y cuya vida nos habla de desarraigo, resistencia y fragilidad.

Más allá de los altares, Ceferino Namuncurá merece ser recordado como lo que fue: un joven humano, desarraigado, talentoso y vulnerable. El folclore, con su mirada crítica y poética, puede rescatar su memoria y convertirla en símbolo de reflexión sobre cómo los pueblos y sus historias son moldeados, celebrados o invisibilizados. Tal vez ahí, en esa mirada, encontremos no solo al santo, sino también al hombre, al Namuncurá que sigue resonando con fuerza en la memoria de su tierra y en la nuestra.

— Carlos Lucenti, Estación Urbana 97.5

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