Lunes 25 de Noviembre de 2024

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Jairo festejó sus 50 años con la música, a un mes de la muerte de su esposa: un rito profundo y conmovedor

En un momento especial de su vida, Jairo se abrazó con su público en una noche inolvidable. Foto Martín Bonetto

A veces la vida dibuja un círculo perfecto, traza una elipsis misteriosa y extraña. Y mucho tiempo después nos deposita en el preciso lugar donde algo comenzó. Esto exactamente fue lo que le sucedió a Jairo en la noche del pasado sábado 21 de agosto.

Por: Eduardo Barone

A veces la vida dibuja un círculo perfecto, traza una elipsis misteriosa y extraña. Y mucho tiempo después nos deposita en el preciso lugar donde algo comenzó. Esto exactamente fue lo que le sucedió a Jairo en la noche del pasado sábado 21 de agosto.

De pronto, su propia vida hecha de pequeñas-grandes canciones lo condujo nuevamente al centro del escenario del Teatro Opera, donde muchos años antes se había producido su debut profesional aquí, en Buenos Aires.

En aquel entonces, un Mario González asombrado de su propia fortuna había sido el número previo para la presentación de quien era en ese momento una ilustre visitante dentro del panteón de cantantes italianas triunfando en la Argentina: La gran Rita Pavonel.

Jairo festejó sus 50 años con la música en el teatro que enmarcó su debut porteño. Foto Martín BonettoJairo festejó sus 50 años con la música en el teatro que enmarcó su debut porteño. Foto Martín Bonetto

Con la Emoción como protagonista

Pero esta noche de sábado no hubo pecas ni tiradores en los pantalones ni bailes del ladrillo. Y la Reina absoluta que tomó esas tablas tan trajinadas de arte se llamó Emoción. Jairo celebró sus 50 años con la música y ella le regaló una noche inolvidable. Su público bien lo sabía, porque ese público que con aforo y todo colmó las butacas del teatro creció con su ídolo, alimentándose de esas canciones.

Ese mismo público que lo extrañó durante los feroces años del exilio en París y que un día lo vio volver triunfante a su terruño natal, estaba allí presente para recibir en sus brazos al ídolo que esta vez regresaba de un exilio todavía más duro. El exilio del Dolor. Pero de un dolor escrito así, con D mayúscula. El dolor por la perdida de Teresa, su mujer.

“Esta canción quizás me vieron cantarla en televisión, porque me gusta mucho y siempre canto la misma cuando me invitan a algún programa. Fue la ultima cancion que le cante a mi mujer, y a ella le gusto....No puedo seguir”. Jairo está ahí paradito con la guitarra colgada del cuello y su garganta apretada en un puño, el cabello entrecano, ofreciendo su corazón, desnudo de toda desnudez.

Jairo se quebró en el momento de cantar Los enamorados, con su garganta apretada en un puño. Foto Martín BonettoJairo se quebró en el momento de cantar Los enamorados, con su garganta apretada en un puño. Foto Martín Bonetto

la sala estalla en aplausos hasta que de repente se escucha aquello de “los enamorados se miran de frente, caminan despacio, se besan de lado, se tocan el pelo, se cuentan los dedos, se besan las manos, intentan proezas, despiertan pasiones, murmuran promesas…”.

Una celebración de la vida, el amor y el reencuentro

Y uno se pregunta entonces si lo que celebra en realidad este recital no sean tanto esos cincuenta años sino quizás La Vida, El Amor, Los Afectos, el reencuentro. Nada importa si alguna frase suena calada o si ese agudo de la voz no alcanza la nota justa y afinada.

Nadie vino esta noche buscando perfecciones. Antes bien lo que se respira aquí, lo que se vive y se comparte es un rito profundo y conmovedor hasta las lágrimas.

Jairo encabezó un rito profundo y conmovedor hasta las lágrimas, pero alejado de la sensiblería. Foto Martín BonettoJairo encabezó un rito profundo y conmovedor hasta las lágrimas, pero alejado de la sensiblería. Foto Martín Bonetto

“¿Como les digo esto? Es muy difícil… Estoy tratando de acostumbrarme al escenario porque es casi como empezar de nuevo”. En este extraño reacomodamiento que impone la pandemia, público y artista están haciendo todos un gran esfuerzo. Es como salir lentamente de un sueño que hasta oxidó lo sentimientos.

Pero ahí está entonces la magia de La Música para desempolvar las almas y quitar las telarañas de los ojos. Y este puñado de canciones que ahora suenan en el recinto obran como el antídoto perfecto.

Canciones de allá lejos y hace tiempo y de acá cerca y ahora

Algunas, gestadas incluso durante aquellas noches en el antiguo y amplio departamento de José y Jacqueline Pons, en la calle Descartes 16, en París, cuando un pequeño grupo de exiliados argentinos se acompañaba intentando olvidar esa otra pesadillesca pandemia. La de la última Dictadura Militar. Y allí estaban Yupanqui, Mercedes, Piazzolla, Guarany y algún otro alentando al joven Jairo.

Jairo, en penumbras, desplegando el antídoto perfecto para tiempos oscuros: sus canciones imbatibles. Foto Martín Bonetto

Jairo, en penumbras, desplegando el antídoto perfecto para tiempos oscuros: sus canciones imbatibles. Foto Martín Bonetto

Ese mismo Jairo que al decir de La Negra era (y es todavía) una de las mejores voces argentinas. Con un pié en su adorada Chanson francesa, la misma que vio nacer nombres rutilantes como los de Gilbert Becaud, Jacques Brel, la Piaf, Charles Trenet o más acá en el tiempo a la pequeña pero explosiva Zaz, el repertorio va desgranando algunos clásicos inolvidables.

Para su rendición de La Bohème (eterno caballito de batalla del enorme Charles Aznavour) se arma un tándem familiar que pone al hijo Yaco González a su lado, de frente al público. Las voces armonizan frases y dibujan juegos vocales que van turnando estrofas en francés y en castellano.

Yaco, que además funciona como hábil percusionista de la banda que acompaña a su padre, demuestra que los años en Francia también dejaron una marca fructífera en su vida.

En conexión estrecha con la gente, Jairo desgranó su repertorio de grandes clásicos. Foto Martín Bonetto

En conexión estrecha con la gente, Jairo desgranó su repertorio de grandes clásicos. Foto Martín Bonetto

Pero Jairo no olvida que vino aquí para presentar también su último disco, el que celebra este aniversario tan particular, y va recorriendo una a una casi todas las composiciones que lo integran. Con un estilo tan anacrónico como encantador, que es el de los juglares del Romanticismo, el cordobés nacido en Cruz del Eje pone a consideración de su gente esas nuevas canciones.

Temas como Milonga del Trovador (en el disco junto a Eruca Sativa y Abel Pintos), Caballo Loco (con Luciano Pereyra), Milagro en el Bar Unión (con sus amigos León Gieco y Víctor Heredia) o El ferroviario (una impensada pero eficaz arenga que denuncia la desaparición de los ramales ferroviarios en nuestro país, y que en el álbum canta junto a Raly Barrionuevo) toman por asalto el teatro.

Y son recibidos como desde el primer día en el que las cantó, en los lejanos '70 o en los cercanos 2000. Tanto es el fervor de este público fiel que desafió la desangelada noche porteña para acompañar a su artista, que las ovaciones de pié serán moneda corriente durante todo el show.

Las ovaciones del público fueron moneda corriente durante una noche especial para el cantante . Foto Martín Bonetto

Las ovaciones del público fueron moneda corriente durante una noche especial para el cantante . Foto Martín Bonetto

Sobriedad y simpleza: la fórmula infalible

Respaldado por un sexteto ajustado y muy respetuoso de la dinámica, con arreglos sobrios que saben acompañar la simpleza de los temas y su poética, allí están Guillermo Cardozo Ocampo, hijo del gran Oscar, en los teclados y en rol de director musical del combo.

Y bajo su conducción, Gustavo Horche en batería, Javier Acevedo turnándose entre el acordeón y la guitarra, Dhani Ferrón en el bajo y voces (también integrante de la banda de Emilio del Guercio) y el excelente Guille Arrom, que con sus certeras intervenciones en guitarra eléctrica nos recuerda por qué en algún momento lo eligió el propio Spinetta.

Con Guillermo Cardozo Ocampo en el rol de tecladista y director, la banda sonó ajustada y sobria. Foto Martín Bonetto

Con Guillermo Cardozo Ocampo en el rol de tecladista y director, la banda sonó ajustada y sobria. Foto Martín Bonetto

El cierre, como no podía ser de otra manera, vendrá con el Ave María de Schubert, cual emotivo corolario de una velada donde la sensibilidad se apoderó de las almas congregadas. Cincuenta años de Jairo. Y hay Jairo para rato.

E.S.

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