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31/12/2024

El presidente Carter y los desaparecidos de la Argentina, un capítulo poco conocido

Fuente: telam

Un repaso de cómo el giro de la política internacional durante su gestión cambió la relación de Estados Unidos con la Argentina

>Hoy sumo mi voz a la de muchas personas de todo el mundo para lamentar el fallecimiento del 39.º presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter. Si bien su mandato será recordado en algunos sectores por los acontecimientos de las últimas semanas de la crisis de los rehenes en Irán, no debemos omitir el reconocimiento que merece por sus contribuciones a los derechos humanos en Argentina. Durante su presidencia, trabajó para exponer la brutalidad del régimen militar que gobernó el país desde 1976 hasta 1983.

Nuestro grupo, pequeño, pero guiado por un fuerte compromiso, estaba integrado por académicos, científicos, psicólogos y médicos, todos sumamente preocupados por la violación de los derechos humanos y la implacable crueldad y brutalidad del régimen militar. Varios de mis colegas, ciudadanos estadounidenses y neoyorquinos desde hacía mucho tiempo, mantenían fuertes lazos con Argentina. Algunos habían nacido en este país y conocían de primera mano el terror que por aquel entonces se infundía en todo el país.

Hace poco, en una visita a Buenos Aires, reflexionaba sobre el tiempo que pasamos registrando laboriosamente los nombres, edades y profesiones de 7.000 “desaparecidos” en tarjetas perforadas, con miras a compilar una primera lista que publicaríamos en 1977. A esa lista pronto siguió otra de 200 niños. En 1979, el número de desaparecidos y presos documentados ascendía a la aterradora cifra de 13.000 hombres, mujeres y niños. La lista del AISC captó la atención internacional cuando fue entregada por el entonces secretario de Estado de los Estados Unidos, Cyrus Vance, al jefe militar del país, el presidente Videla.

Si miramos en retrospectiva, habría sido imposible captar la atención de la política estadounidense y conseguir que el país ejerciera su influencia si el presidente Carter no hubiera resuelto poner los derechos humanos en el centro de su agenda de política exterior. Al comienzo de su gobierno, en 1977, manifestó que la labor diplomática en materia de derechos humanos debía ir más allá de las palabras. Para ello, creó una sección específica en el Departamento de Estado, la Oficina de Derechos Humanos y Asuntos Humanitarios, y designó a Patricia Derian como secretaria de Estado adjunta a cargo de esa división.

Cuando conocí a Derian a finales de los años 70, había pocas dudas de que contaba con todo el apoyo del presidente Carter, algo que pude inferir de una conversación que mantuvimos cuando le entregamos nuestra lista de desaparecidos y le pedimos su apoyo. En otra de las reuniones, nos reveló con cierta exasperación que estaba recibiendo montones de cartas de ciertos sectores de la comunidad empresaria argentina y estadounidense en las que la instaban a cambiar de rumbo. Nos preguntó qué podíamos hacer para movilizar el apoyo de la sociedad civil estadounidense. No me cabía la menor duda de que, al servicio del presidente Carter, era una arquitecta comprometida.

De hecho, la postura del presidente Carter acerca de Argentina marcó un giro importante respecto de la posición de Estados Unidos, que antes había respaldado a regímenes a menudo más autoritarios que democráticos. Gracias a que, en esa época, estaban en auge la defensa y el activismo de los derechos humanos, nuestro grupo contó con el apoyo de numerosas organizaciones de la sociedad civil, entre ellas el Consejo de Asuntos Hemisféricos, la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos, el Comité Judío Estadounidense, el Consejo Mundial de Iglesias, el Comité de Servicio de Amigos Estadounidenses y Amnistía Internacional.

En ese momento, también acompañamos a muchos prestigiosos argentinos a dar testimonio frente al gobierno de Estados Unidos, las Naciones Unidas y organizaciones no gubernamentales, entre ellos: Emilio Mignone, ex ministro y vicepresidente de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos; José Westercamp, distinguido científico; Oscar Allende, presidente del Partido Intransigente, uno de los primeros partidos políticos en denunciar la dictadura; e Hipólito Solari Yrigoyen, senador del Partido Radical. Sus historias eran tan conmovedoras como desgarradoras. Me viene a la mente un corresponsal del New York Times, que escuchó atentamente cómo Ana María Careaga describía su secuestro a los 16 años y las espeluznantes horas en las que fue golpeada y torturada en reiteradas oportunidades en un centro clandestino de detención.

Ahora que damos el último adiós al presidente Carter y reflexionamos acerca de su legado, es importante que rindamos homenaje a sus incansables esfuerzos por poner los derechos humanos en primer plano y hacer rendir cuentas a la despiadada dictadura militar argentina.

Fuente: telam

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