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20/02/2025

La historia de Socks, el simpático gato de los Clinton que rompió la tradición de los perros en la Casa Blanca

Fuente: telam

El gato del presidente número 42 de Estados Unidos fue adoptado en 1991 y murió el 20 de febrero de 2009. Es por eso que se eligió ese día para celebrar el Día Internacional del Gato. La relación con los humanos se remonta a tiempos inmemoriales A lo largo de la historia, numerosas figuras destacadas como escritores, músicos y líderes políticos, encontraron en los felinos compañeros inseparables

>“En sus nobles actitudes de esfinge parecen soñar un sueño sin fin; mágicas chispas fulguran en sus pupilas como arenas doradas en un fondo oscuro”, escribió Charles Baudelaire, quien fue no sólo amante de los gatos sino que era casi devoto de de ellos.

Aunque la celebración es reciente, la relación entre los gatos y los humanos es milenaria: los faraones egipcios los veneraban, y hoy, en plena era digital, protagonizan innumerables videos tiernos y graciosos. También cautivaron a escritores, científicos, artistas y líderes políticos como Abraham Lincoln y Theodore Roosevelt.

Socks nació en las calles de Little Rock, Arkansas, a finales de los años 80. Era un gato de pelaje blanco y negro, con una mancha oscura sobre la nariz y patas que parecían cubiertas de pequeñas medias. Por eso lo llamaron Socks, como se dice medias en inglés.

Nadie sabe si su destino estaba en la política, pero en 1991, mientras merodeaba cerca de la casa de Chelsea Clinton, la hija del entonces gobernador de Arkansas, su suerte cambió. La niña, de entonces 11 años, lo adoptó y, dos años después, con la llegada de los Clinton a la Casa Blanca, Socks se convirtió en el primer gato presidencial en décadas.

Pero la política es implacable, incluso para los gatos. En 1997, con la llegada de Buddy, el labrador de los Clinton, la convivencia se volvió difícil. Finalmente, cuando la familia dejó la Casa Blanca en 2001, Socks fue adoptado por Betty Currie, la exsecretaria personal de Bill Clinton. Vivió sus últimos años en tranquilidad, lejos de los flashes y las conferencias de prensa. Murió el 20 de febrero de 2009, con veinte años. Con él, se fue uno de los gatos más famosos de la historia actual.

A lo largo del tiempo, destacadas personalidades compartieron su vida con gatos, en quienes encontraron compañía, inspiración o simplemente fascinación.

Una de las historias más contadas tiene como protagonista a Isaac Newton, a quien se le atribuye haber inventado la puerta para gatos (cat flap). Según esa leyenda, el físico, cansado de que su gato lo interrumpiera durante sus experimentos en busca de atención o comida, ideó una pequeña abertura en la puerta de su laboratorio para que el felino pudiera entrar y salir sin problemas. Aunque esta anécdota es discutida, persiste en la cultura popular y refleja el ingenio humano para adaptarse a la vida con estos animales.

Otro escritor fascinado por los gatos fue Ernest Hemingway, quien compartió sus días con muchos de ellos en su residencia de Key West, en Florida. Varios de esos gatos presentaban una mutación genética conocida como polidactilia, por la que tenían más de cinco dedos en sus patas. Actualmente, sus descendientes deambulan por la casa-museo del autor.

Al igual que ellos, Charles Baudelaire era un admirador de la grandeza felina: para él, los gatos fueron “guardianes del misterio, compañeros de la soledad, símbolos de la belleza y la melancolía”. En su poema Les Chats, los describe como esfinges dormidas, criaturas silenciosas cuya mirada contiene un enigma imposible de descifrar. Para ese poeta, el gato era una metáfora de lo inalcanzable, un reflejo de la elegancia y el desapego con los que él mismo navegaba por la existencia. Baudelaire, que encontraba en los gatos una afinidad espiritual, los inmortalizó en Las flores del mal, un libro de 1857.

Para Julio Cortázar, los gatos también fueron una presencia constante, aunque con un toque más lúdico. Uno de los más famosos fue Theodor W. Adorno, un gato negro con el que compartió su vida en París.

Un ídolo musical que se dejó “adoptar por un gato”, como se dice en el mundo de los amantes de esta especie, fue Elvis Presley. Aunque fue más conocida su devoción por los perros, tuvo un gato llamado Wendell, que vivió en Graceland.

John Lennon también fue un gran admirador de los gatos desde la infancia. A lo largo de su vida tuvo muchos, con nombres como Elvis, Salt, Pepper, Major, Minor y Misha. Durante sus años al lado de la artista Yoko Ono, los gatos fueron parte de su hogar, testigos silenciosos de su vida creativa y sus excentricidades. Lennon los veía como criaturas independientes y misteriosas, cualidades que parecían resonar con su propia personalidad.

Pero si hubo un ídolo que llevó a los gatos al rango de familia ese fue Freddie Mercury. Durante su vida tuvo al menos diez gatos, cada uno con una personalidad distinta, según él mismo describía. Su favorito fue Delilah, a quien le dedicó una canción en el álbum Innuendo (1991). En algunas entrevistas, Mercury contaba cómo hablaba con sus gatos por teléfono cuando estaba de gira y les compraba regalos. Para él, los felinos eran seres libres, caprichosos y llenos de carácter, cualidades que parecían reflejar también su propio espíritu indomable.

Desde joven, Brigitte Bardot sintió una profunda fascinación por los gatos, pero cuando se retiró del cine, en los años 70, su vínculo con los animales se convirtió en el centro de su vida y comenzó a luchar por sus derechos. Convivió con muchos gatos, perros y caballos, lejos de los flashes. En 1986, reafirmó su compromiso con la creación de la Fundación Brigitte Bardot para el Bienestar y la Protección de los Animales, donde alberga decenas de gatos rescatados, además de otras especies víctimas del abandono. Además, denunció públicamente el maltrato y la sobrepoblación felina en Francia, promoviendo activamente campañas de esterilización y adopción.

Desde la literatura hasta el cine, los gatos también fueron figuras enigmáticas, mágicas y, a menudo, protagonistas de historias inolvidables. Uno de los entrañables es el del cuento Alicia en el país de las maravillas. Lewis Carroll creó al Gato de Cheshire, un felino que aparece y desaparece con una sonrisa burlona, dejando frases llenas de lógica absurda. “Si no sabes a dónde vas, cualquier camino te llevará allí”, es una de las recordadas.

En el cine y la animación, los gatos también dejaron su huella: Jonesy, el gato anaranjado de Alien, el octavo pasajero, es el único sobreviviente junto con Ripley. En el universo de Studio Ghibli, el Gatobús de Mi vecino Totoro se convirtió en un símbolo del cine japonés. Garfield, el perezoso y jocoso amante de la lasaña, es un referente en cómics y películas, mientras que el Gato con botas, en sus múltiples versiones, pasó de los cuentos clásicos a convertirse en estrella del cine animado, teniendo su propia película luego de brillar en Shrek.

A diferencia de los perros, que fueron domesticados activamente por las personas en busca de que tuvieran roles específicos, los gatos parecen haber tomado un camino diferente. Se cree que se domesticaron a sí mismos hace unos 9.000 años, cuando sus ancestros, los gatos monteses africanos (felis lybica), comenzaron a convivir con las primeras civilizaciones agrícolas en la Mesopotamia y Egipto. Allí encontraron una fuente de alimento constante: los ratones que abundaban en los graneros.

Fue por ello que el gato no solo fue un compañero de grandes personalidades, sino que ocupó un lugar central en diversas culturas y mitologías. En el Antiguo Egipto, por ejemplo, se los consideró seres sagrados y su muerte significaba el luto para la familia. La diosa Bastet, protectora del hogar y la fertilidad, era representada con forma felina, y matar a un gato era un crimen castigado con la pena de muerte.

En Japón, surgió el reconocido maneki-neko, la estatua del gato con la pata levantada, símbolo de buena suerte y prosperidad. Aún hoy, su figura es común en hogares y negocios como amuleto de fortuna.

Durante la Edad Media y el Renacimiento, los gatos comenzaron su expansión global al ser llevados en barcos para controlar plagas, acompañando a navegantes en rutas comerciales y expediciones. Ya en el siglo XIX, su domesticación se consolidó y no tardaron en convertirse en animales de compañía.

Fuente: telam

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