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31/08/2025

Su padre no era pasajero del avión y murió en la tragedia de LAPA: un relato sobre cómo convivir 26 años con el dolor y la injusticia

Fuente: telam

Oscar Eduardo Ramonino murió el 31 de agosto de 1999 después de que el avión, fuera de control, se saliera de la pista y arrollara el auto que conducía, en el que también se encontraba Andrea Grilli, una compañera de trabajo que planeaba acercar a su casa. Para su hija, Oscar fue víctima de “una cadena de irresponsabilidades que terminó con la vida de muchas personas”. En un nuevo aniversario, Ivanna cuenta cómo rearmó su vida y aprendió a vivir con la tristeza por su ausencia y la rabia por la impunidad

> —No fue un accidente ni una tragedia, fue un asesinato masivo.

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De pronto, algo en el sonido ambiente cambió. La cadencia cotidiana que salía del electrodoméstico ícono de la vida familiar se alteró: las voces de los conductores de noticieros y presentadores se puso grave y comenzaron a aparecer las placas rojas a pantalla completa, los grafs con letras contduntendes: “Urgente”, “Último momento”. “Tragedia en Aeroparque”. El pulso de la vida diaria era embestido por un avión. El Boeing 737-204C, que llevaría adelante el vuelo 3142, de Líneas Aéreas Privadas Argentinas (LAPA), acababa de estrellarse cuando intentaba despegar del aeropuerto Jorge Newbery rumbo a la ciudad de Córdoba inscribiendo un récord desolador: la peor catástrofe en la historia de la aviación argentina.

En la TV todo era fuego, humo, sirenas. Los bomberos intentando extinguir el infierno.

Un instante antes de fijar los ojos en la pantalla, esa pantalla casi indisociable de las escenas familiares que estaba a punto de desmoronar la suya, a Ivanna la recorrió un escalofrío. Como un presagio venido de algún lugar, un pensamiento se le metió dentro y estalló dentro de ella: su papá estaba extrañamente demorado para cenar. Temió que algo le hubiera pasado.

La TV seguía mostrando sin respiro, una tras otra, una sobre otra, las imágenes trágicas. Y alrededor de la mesa de los Ramonino la tensión, alimentada por las noticias, comenzaba a crecer como un monstruo feroz.

Hasta que lo más temido, ocurrió. Una de las cámaras que estaba cubriendo el hecho en vivo enfocó el esqueleto de un auto partido. Era blanco, era demasiado parecido al Chrysler Neón de la familia. Cuando mostró la patente, en la casa de los Ramonino se abrió la tierra. Ellos cayeron dentro.

—Fue una desesperación total esa noche porque nadie sabía nada. Yo creo que pasé junto a mi familia más de 24 horas rondando hospitales y morgues para ver si estaba vivo, si no, dónde, qué había pasado.

Ivanna se disculpa. No quiere volver a pasar por ahí. Pero cuando llega agosto todo se tiñe de dolor. Cuando empieza a compartir cómo logró rearmarse después, esa noche vuelve a ella. Lo que vio, lo que escuchó y debió atravesar solo está agazapado, permitiéndole continuar su vida. Pero cada agosto, si ella le da margen, aunque sea una pizca, si se asoma a 1999, se abre paso del fondo a la superficie.

El recorrido del avión fue brutalmente detenido al chocar contra un montículo de arena de un campo de golf cercano. El Boeing se prendió fuego. Los heridos de gravedad sumaban más de 30. Los muertos, 65, incluidas las dos personas que estaban dentro del auto arrollado. En ese momento nadie lo sabía.

Al volante iba Oscar Ramonino y a su lado Andrea Grilli. Eran compañeros de trabajo y Oscar iba a acercarla a su casa antes de reunirse con su familia para cenar. Ellos serían, según los jueces, las primeras víctimas de esa noche aciaga. Una noche que pasaría a la historia como “la tragedia de Lapa”. Aunque Ivanna asegura que fue más que eso.

En su casa, al ver la patente del auto en la pantalla, Ivanna se desvaneció. Cuando recuperó la conciencia, con el pánico hecho carne pero albergando la esperanza que trae la falta de certeza, salió con su hermano y su madre a buscar a su padre. Nadie sabía nada sobre el destino del conductor del auto que había arrasado a su paso el Boeing.

La respuesta más atroz, la que deseaban que no llegara nunca, la conocieron 24 horas después, en el lugar de los hechos. Un funcionario se los confirmó. Una médica que trabajaba en el lugar quiso contenerla: “Fue en un segundo, (tu papá) ni se debe haber dado cuenta. Quedate tranquila”, le contó en 2019 Ivanna al diario cordobés La Voz del Interior.

Después hubo que juntar los pedazos. Pedazos que se multiplicarían con el proceso judicial.

No fue un accidente ni una tragedia, fue un asesinato masivo. Aunque suene fuerte decirlo así. Esa fue la realidad por más que la Justicia haya decidido mirar para otro lado —afirma Ivanna ahora, en diálogo con Infobae—. Lo que quiero destacar, sobre todo, es eso, la falta de justicia. Que no es poca cosa. Al juicio lo demoraron todo lo que pudieron, fue un plan para que la causa prescribiera y solamente hubo una condena que fue una cargada, de tres años en suspenso. Ni siquiera a los directivos de la empresa, a los responsables reales, los dueños y toda la gente que sabía que esto iba a suceder. Porque, como te digo, no fue un accidente, un hecho en el uno dice: “Uh, qué habrá pasado”. Fue una sucesión y un encadenamiento de cosas: de falta de inversión, pero, sobre todo, de responsabilidad, de falta de consideración por la vida humana, básicamente.

La Justicia porteña fue la que se hizo cargo del caso. Aquel día desgraciado tomaron el expediente Gustavo Literas —quien era entonces juez federal— y Carlos Rívolo —el fiscal—. El juicio comenzó seis años después, en 2005. En el banquillo de los acusados había nueve: seis eran directivos de la empresa —acusados por el delito de “estrago culposo”—, entre los que se encontraba el dueño de la compañía, el empresario Andrés “Andy” Deutsch; y tres, miembros de la Fuerza Aérea —acusados por el delito de “incumplimiento de los deberes de funcionario público”.

La cárcel, para ellos, fue simbólica. Un como sí. Como si fueran niños que deben fingir que aprendieron la lección para que los dejen volver a jugar. Para el resto de imputados ni siquiera eso. Para los familiares y seres queridos, el juicio, una farsa. Un nuevo drama.

En 2011 se confirmaron condenas y absoluciones, pese a que el juez Gustavo Hornos no estuvo de acuerdo y pidió elevar la pena de los condenados y la reclusión para quienes presidían la compañía —Deutsch y Ronaldo Boyd, su vicepresidente.

—Estos empresarios, que no fueron los únicos culpables porque también estuvo la gente que tendría que haber controlado el funcionamiento de esa empresa —porque son aviones, no está manejando una bicicleta—, dentro de ellos la Fuerza Aérea Argentina, lo único que pretendían era llenarse los bolsillos de plata. No les importaba si viajaban bien, mal, si el avión estaba en condiciones o no. En este fervor de tener cada vez más plata denigraban la la vida humana. Y eso me parece lo más terrible y lo más doloroso que una persona puede sentir. Lo más terrible y lo más doloroso —repite Ivanna, como si tratara de entender

***

—Siempre agosto me costó bastante desde aquel momento. En estos días me cuesta todavía más. Entonces, hasta la palabra sanación me resulta extraña en este marco.

—Si hablamos de sanación, yo en ese momento tenía 19 años y acá estoy, viva. Construí una vida. Pude formar una familia, tengo una hija preciosa, construí mi carrera en todos estos años, como pude, porque tampoco fue fácil. Atravesé muchos desórdenes de salud, en todo sentido, a nivel físico y psíquico también. Esto deja muchas secuelas, muchas y muy profundas. Hoy doy clases de yoga, me dedico al cuerpo. Soy bailarina. Y ese fue mi camino como para empezar a construirme otra vez. Sigo sanando desde un lugar que me permita vivir.

—Paradójicamente, en el momento en que tenía que despegar en mi vida, a los 19 años, pasó esto que me destruyó por completo. Y tardé mucho tiempo en empezar a ponerme de pie, en tratar de empezar a ponerme de pie.

Ella pensaba hablar de su proceso de sanación, de los caminos y herramientas de las que se valió para hacer cuerpo aquella noche, asumirla y salir a vivir con eso a cuestas. Pero al comenzar, pisando un nuevo aniversario, se llena de una cólera compartida por todas las personas a quienes un hecho trágico personal les fue duplicado con la impunidad auspiciada por la (in)Justicia. Entonces cuenta que sí, se sobrepuso; que sí, siguió adelante, pero ante la falta de una condena adecuada para los responsables la palabra sanación queda grande, flota como un globo de elio en el éter. Inalcanzable.

Ivanna dice que hay detalles que no quiere recordar. Que no se trata solo del duelo personal por su padre si no por la impunidad y por una avalancha de “cosas espantosas de ver, horribles de escuchar, actitudes humanas que fueron totalmente desagradables”. Aunque también destaca a quienes sí se presentaron a ayudar, que fueron muchos, “incluso desconocidos que aparecieron en ese momento en el lugar del accidente o que iban a los hospitales a colaborar con todos los familiares”.

Descarga Ivanna.

Fuente: telam

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