Más de cinco mil jóvenes bailando chacarera recibía a las visitas en la noche del sábado. El Encuentro estaba en su esplendor. El Raly Barrionuevo tiraba con su talento el presente histórico de nuestro acervo cancionero. Avancé en la multitud orillando los puestos de comida y me había olvidado cómo me indicaron para estacionar entre miles de automóviles y cómo me indicaban para llegar en las penumbras a ese misterio encendido que se estaba develando entre las sierras del sur de Punilla.
Pensé, cómo habrá sido aquel Cosquín glorioso de los años 60, y veía en cada rostro guitarrero, en cada rostro musiquero, en cada bailarín, en cada artesano, en cada poeta, los rostros de Armando Tejada Gómez, de Mercedes Sosa, de Manuel J. Castilla, de César Perdiguero, de Ramón Ayala, de Jaime Dávalos, del Chango Rodriguez, de Tutú Campos, de Jorge Cafrune, de Atahualpa Yupanqui, de Isaco Abitbol, de Tránsito Cocomarola, de Alfredo Zitarrosa, de don Sixto Palavecino, de Oscar Vallés, y de tantos otros olvidos…
Parecían que ellos iluminaban el gigantesco patio. Llegué a estar cerca del escenario, y al son de las chacareras del Raly, una joven con pañuelo al viento, tan hermosa como la noche, tan enigmática como la energía que nos une, tan vivaz como sus ojos, tan animadora de nuestros bailes como de la vida misma, me contó que recién bajaban del escenario un grupo de danza de "adultos mayores con problemas y sin problemas". Ellos danzaron hasta llegar al limbo un tema de un músico de la zona de apellido Zárate. Entre esos bailarines reconocí a varios conocidos de otros tiempos de Villa Carlos Paz, y sin molestarlo, los felicité con un pulgar para arriba.
También, mi comadre nochera y guía circunstancial del Encuentro destacó a Mery Murúa y Juan Iñaki que brillaron como estrellas en el escenario del Negro Valdivia, quien también bailaba en su salsa. A veces conducía, a veces danzaba y a veces se perdía en abrazos con viejos desconocidos y nuevos conocidos. Era cómo nunca un celador de sueños.
Así me fui metiendo despacito en la gran fiesta del Encuentro Cultural de San Antonio. No me alcanzaban los ojos para ver tanta alegría, miles de carpas, automóviles y una marea de jóvenes compartiendo lo nuestro con esa complicidad que aparece solamente cuando los corazones están abiertos.
La comadre me contó al pasar que todo hacía prever que iba a ser una continuación de las ediciones anteriores; pero para sorpresa de algunos, el Encuentro mostró al folclore más vivo que nunca. Sí le dije, aquí está encendida la fragua de las décimas y las canciones.
Una cerveza helada me aplacó la sed en las primeras horas del domingo. A pocas horas del cierre del evento, del adiós hasta el año que viene, a nadie le importaba lo vivido el jueves, el viernes y el sábado, a nadie le importaba el récord de convocatoria que había tenido la juntada. Sólo había lugar para compartir el asado, las empanadas, el baile, el vino o el amor fugaz que suele nacer tras varios días de sierras y música.
Le pedí que se tomara una fotografía el celador de sueños en el escenario y aceptó diciéndome: "Tuvimos un Encuentro Cultural increíble. Sin policías en el predio, tenemos el orgullo de decir que no hubo un solo incidente. La gente vino a disfrutar y todo fue una fiesta".
Cerca de las 4 empezó el principio del fin, y ante de irme, quise saber qué pensaban los colaboradores de Valdivia. Alejandro Sánchez tiró una cifra de las ventas de choripanes, de bebidas y pollos. Pero lo más interesante fue: "Ya estamos pensando en el año que viene, que se cumplen 25 años".
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