Jueves 28 de Marzo de 2024

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Peteco por los amorosos caminos de la tierra

El artista santiagueño vuelve después de larga ausencia a ofrecer nuevas historias, con guitarra, bombo y un violín sachero

Cantor, compositor y multiinstrumentista nacido y criado en La Banda, vive en Buenos Aires desde hace años. ofrecerá su última propuesta, “Los caminos santiagueños”. También, seguro, hará algún repaso de sus cuarenta años de música. 

- “Cien años de chacarera. Quiero seguir festejando sol adentro del domingo”, decías en una chacarera. ¿Qué festejabas?

- La historia de mi familia. Mi abuela nació en 1901. Cuando escribí esa chacarera se festejaban los cien años de la historia de amor de mis abuelos, y con todos los derivados, 12 hijos. Hoy en día somos más de 300 los que hemos crecido de ese matrimonio, que es lo que nosotros consideramos nuestra familia.

- Hacen un culto de la familia y también de la música, porque la mayoría está en la música.

- Sí, todos nos conocemos; sabemos quién es quién; no hay parientes lejanos.


presentas el disco “Los caminos santiagueños”. Viviendo en la provincia de Buenos Aires, ¿cómo hacés para mantener ese camino, esa identidad santiagueña tan fuerte que se trasluce en tu música?

- Yo me he criado aquí pero dentro de una familia que ha vivido la cultura santiagueña constantemente; con mi viejo, que ha sido santiagueño ciento por ciento, y que nos ha acostumbrado a nosotros aún estando en Buenos Aires. Siempre he sentido que no pertenecía a Buenos Aires, que mi pertenencia es a Santiago. Y lo sigo sintiendo así, aunque reconozco todo lo que me ha dado esta provincia, y las cosas que llevo en mí de esta cultura, sobre todo del Gran Buenos Aires. Digamos que soy una persona con dos culturas muy fuertes y que las dos están presentes todo el tiempo, por eso no me hago mucho cuestionamiento sobre mi ser santiagueño por el hecho de vivir aquí. Voy a Santiago cada dos meses a verla a mi vieja, llego y de inmediato siento que estoy ahí, como si nunca me hubiera ido; encuentro amigos de la infancia, o mis propios parientes, que me hacen sentir de esa manera, e inmediatamente me incorporo a mi ámbito natural. Y aquí, en Buenos Aires, ya hace 16 años que vivo en un barrio donde de alguna manera no vivo en la locura de la capital, con calles de tierra, donde hay muchos provincianos... la tranquilidad total.

- A tal punto que tenés una nueva mascota muy especial, ¿cómo se llama?

- Sí, es una burrita, se llama Parda. Los chicos juegan con ella. Anda con los perros. Recién vengo de una caminata de una hora por el terreno, que es grande, como todas las mañanas. Están la burra, los perros (tres cachorros), los pajaritos, las catitas...

- Volvamos a los caminos santiagueños, ¿a qué aludís?

- El disco “Los caminos santiagueños” viene bien en este momento. Es una letra que me ha acercado Juan Carlos Carabajal y y le puse la música. Me ha gustado, y creo que es unificadora de todo el repertorio porque no se trata de rutas ni de caminos sino que lo que cada santiagueño es en sí mismo. El que se queda y el que se va es un camino, y el pueblo santiagueño siempre ha sido nómade, caminador, entonces aquí están las historias que uno va encontrando en ese andar. 

- La generación siguiente sigue ese camino de raíz.

- Hay una continuidad que va a tener una evolución lógica, y así tiene que ser. Yo soy la continuidad de mi viejo, pero he hecho cosas que él no había hecho. Mi hijo, Homero, está haciendo cosas que ni yo ni mi viejo habíamos hecho, pero es consecuencia de mi viejo, y mía.

- ¿Qué cambia en la manera de tocar la chacarera a partir de tu papá?

- Por edades, el que comienza con el rasguido distinto es mi viejo, y él les enseñó a los más chicos, como Agustín. Él arma Los cantores de Salavina, que es por donde ha salido ese sonido distinto. Es un rasguido que se limpia, en sonoridad, en el chasquido, en el apagado que les hace a las cuerdas. En la agilidad también; es un poco más veloz para lo que se tocaba en ese momento. Hasta Los cantores de Salavina, en el 57, no había habido un grupo vocal que identificara el canto santiagueño. Estaban Los hermanos Simón, instrumental con una voz femenina; Los hermanos Ábalos, instrumental con un dúo; Los hermanos Ríos, Los Toledo, Los Juárez, Los Díaz, Andrés Chazarreta, una gran orquesta... Pero no era conocido todavía el sonido que hoy tienen Los Carabajal o Los Manseros Santiagueños. Ese sonido lo saca Agustín con Los Cantores de Salavina. Ese mismo pasa a Los Manseros, en su primera formación, y el que los armoniza es Agustín. Ensaya con ellos pero no los llega a integrar. Entonces pasa de Los cantores de Salavina, que sufren un accidente y se desarma, a Los Manseros, el sonido de las voces y el rasguido, y dos años más tarde mi viejo se desvincula de Los manseros, y con Agustín, Kali y Cuti forman Los Carabajal. Entonces, todo ese bagaje pasa a Los Carabajal, en las armonías, en el color de las voces. En las primeras grabaciones de sala, entre Manseros y Carabajal el sonido es el mismo. Después cada uno tomó una línea. 

- ¿Cúal es la diferencia?

- Los Manseros, en una línea que ha sido más tradicional o más pura, pero para mí la diferencia es que se escucha un sonido más sofisticado en Los Carabajal. De todos modos, son como de una misma raíz siempre.

- ¿Por qué el santiagueño tiene una impronta de más alegría que el tucumano en su folclore, a pesar de ser provincias pegadas por una frontera?

- Para mí tiene que ver con la geografía. En Tucumán empieza un paisaje que se eleva hacia la montaña, a la altura, a la soledad del hombre... Para esa cosa de silencio y de misterio, que también la tiene Santiago, pero de otra manera. Me imagino que no es lo mismo la soledad en el llano que en las alturas. Eso le da un cierto dolor y genera la baguala, un tanto cósmica, que va de Tucumán hacia el Norte, hacia Salta y Jujuy, Bolivia y Perú...

- Tenés muchos reconocimientos. ¿Qué te falta?

- Lo mío con la música es una cuestión de vida; no concibo la vida sin ella. Hago lo que hago porque soy músico. No espero nada.

 

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