17/09/2024
Magalí Etchebarne: “¿Cuál es el colmo del dolor? La desgracia tiene una capacidad de reproducción infinita”
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Fuente: telam
Charla con la autora de “La vida por delante”, libro de cuentos ganador del último Premio Ribera del Duero. La búsqueda del amor, la relación de la vejez con la memoria y la pelea contra el dolor, en cuatro relatos en los que la escritora argentina vuelve a exhibir su destreza narrativa y su sensibilidad
>Magalí Etchebarne nació en Buenos Aires en el año 1983. Estudió Letras en la UBA y trabaja como editora. Publicó relatos en revistas literarias y antologías. En 2017 se publicó su primer libro, un celebrado volumen de cuentos llamado Los mejores días (“relatos complejos, a la vez melancólicos y vitales, capaces de darlo todo por un pequeño cristal de pasado”, según Su segundo libro de cuentos, La vida por delante, es otra muestra de la destreza narrativa y la sensibilidad de Magalí y resultó — Estuve releyendo tus libros y recuerdo que cuando leí y escribí sobre Cómo cocinar un lobo yo misma estaba atravesando el duelo por la muerte de mi papá. Sin embargo, al releerlos ahora junto con el libro nuevo, noto que hay algo del duelo y del lugar de la hija, en general, que se lee en toda tu obra.
— Me encanta ese personaje, me parece tan logrado.
— Al mismo tiempo uno piensa que en general, en todo caso son ciertas personalidades las que podrían enfermar de dolor. En este caso, esta mujer no parecía entrar en ese estereotipo, como que no le tenía que haber pasado.
— Sí, no le tendría que haber pasado, pero le pasa. Como que hay algo de la rabia que se instala en ella.— Total. Y bueno, eso aparece mucho. Yo justo había recursado una materia de Puán, Literatura Argentina del Siglo XIX, con Alejandra Laera. Y entonces el tema era la enfermedad, así que volví a leer La enfermedad y sus metáforas, de Susan Sontag. Y aparece esta idea de los viajes, el cáncer como una enfermedad de la amargura y la tuberculosis como una enfermedad de la melancolía. Entonces pensaba, bueno, a ella además le recomiendan que viaje para que se sienta bien. Y que haga cosas para quitarse la pena de encima. Y emprende una cantidad de terapias alternativas medio infinitas. Bueno, hasta se pone una piedra, que es un poco lo que le da sentido a la tapa del libro.
— Son cuatro cuentos los que componen tu libro y dos están interrelacionados. Me pregunto si quisiste todo el tiempo que fuera así porque, finalmente, también habrías podido escribir una nouvelle.— ¿Qué formato de libro te imaginabas?
— Tenía en la cabeza la idea de un libro que se pudiera leer como cuatro partes diferentes. Cuatro cuentos que se pudieran leer con independencia, que no necesitaras de otro para entender ni completar ninguna etapa del sentido pero que también sí fueran como parte de una vida, ¿no? La madre ocupa un espacio muy grande, como decís. La muerte está en casi todos pero, sobre todo en uno, ahí están los rituales alrededor de la muerte. El trabajo y la amistad, pero sobre todo el trabajo, en el segundo. Y el amor, el amor quizás vencido.— Y la muerte del amor.— Y era empezar de cero...
— ¿Y qué pasa con la Maga editora cuando estás escribiendo? ¿Sentís que te molesta o que te ayuda tu trabajo de edición con otros?
— Yo creo que estoy bastante disociada, es una cuestión medio psiquiátrica que tengo. Pero creo que la claridad que intento tener cuando edito no la tengo cuando escribo. Paso mucho tiempo medio en las tinieblas durante la escritura. Muy desordenada. Muy caótica. Mucho tiempo de acumulación.— Tiempo de guardar cosas que me parece que me van a servir.
— Bueno, leo cosas y entonces me despiertan una idea y anoto. Y me voy con una imagen, escucho algo, una escena, una descripción y digo “esto me sirve para tal cuento, esto me sirve para este otro”. Tengo mis carpetas, mis documentos, que están ordenados pero lo llamo desorden porque no sé hacia dónde voy. Y, en cambio, cuando edito, tengo una distancia. Primero, lo que me llega –aunque no sea terminado– es lo que esa persona considera que es una versión para leer en ese momento y ahí opera algo que es que yo trato de ver la foto completa. En cambio, con mi propia escritura pasa mucho tiempo hasta que puedo ver la foto completa, como me pasó con este libro. Casi cuando lo estaba por entregar dije: “bueno, sí, hay un libro”. Porque también la pregunta que me hacía cuando escribía era: ¿estos son cuentos? Por esto mismo que vos decís, como “quizás, si yo sigo, esto podría ser una nouvelle”. Pero yo no quería, quería que fueran cuentos. Además, no me imagino otro cuento formando parte de este libro. Para mí es una unidad muy cerrada.
— Sí, total. Para mí es muy necesario y no me lo imagino de otra manera. No sé cuándo se gana esa seguridad ni tampoco sé si me interesa ganar esa confianza ciega porque me parece que la duda es parte de la escritura. Escribo porque tengo preguntas. En general para mí la escritura está llena de incertidumbre y disfruto que sea así porque, justamente, en mi trabajo como editora tengo que tratar de bajarle el volumen a esa incertidumbre y que confíe en lo que le estoy diciendo.
— Claro. Y convencerlo de ciertas ideas, transmitirle seguridad. Digamos que mi propia escritura es mi casa. Es mi terreno y mi privacidad. Ahí estoy llena de preguntas y de poca claridad. Entonces, que otros lean y puedan ver eso por mí es vital. En el caso de lo del taller, lo compartía con amigos y leíamos y aparecen muchas cosas en las lecturas de los demás. Cosas que no ves porque tenés todo muy cerca y porque a veces o estás muy entusiasmado o todo lo contrario, a veces uno está como disgustado con algo. Y la lectura de los otros te devuelve algo que no esperabas.
— ¿Los libros anteriores también los habías habías sometido a lecturas?— Claro. Recientemente me tocó terminar justamente de desarmar la casa de mi viejo y me quedé pensando. Viste que cuando uno desarma una casa, en realidad aparecen como respuestas de preguntas que uno no hizo y que, de pronto, no sabe cuáles son esas preguntas que eso que uno está viendo te están respondiendo.
— O no aparece nada.
— Había mucha historia ahí.
— Y vos soñabas con encontrarte con eso.
— Igual, no siempre uno termina leyendo eso que encuentra.
— Por eso te preguntaba.
— Y en relación a las preguntas, una cosa que me pasaba era que me di cuenta de que había montones de preguntas que no hice, pero que de pronto, a medida que aparecían cosas, igual me surgían otras preguntas. O sea, que es medio inacabable porque no terminás de conocer ni siquiera a tus viejos.
— O pasás por el espejo, te mirás y decís: “No, no puede ser”.
— No será que en un punto, eso de “uy, le preguntaría tal cosa o cómo no le pregunté tal otra” es, en realidad, un modo de decir “ojalá estuviera acá”?
— Compartirlo.
— Alguien que cree que hay algo más allá de la muerte te diría: lo están viendo.
— Son los momentos en los que uno necesita eso.
— Magalí, si bien sos una mujer joven, en tus relatos empieza a aparecer el tema de la vejez y el tema de la belleza y la decrepitud. ¿Cómo te llevás con eso?
— (Risas) Como se debe.
— Que te lo hacen sentir también, eh.
— Sí, en general de las mujeres se suele decir “fue lindísima, era lindísima”.
— También.
— ¿Pero habrá manera de superar algo así?
— Pero evidentemente lo es porque, de hecho, las mujeres se someten a eso. Ni hablar en el caso de las actrices o de las mujeres que trabajan con su cara y con su cuerpo.
— Porque los dabas por hecho, claro.
— Y que uno más de una vez cuando los escucha se pregunta pero ¿por qué fue tan importante esto? ¿Por qué quedó ahí y otras cosas no quedaron?
— ¿Podés leer mientras estás escribiendo? ¿Es algo que te sirve? ¿O reservás tiempo para leer sobre lo que vas a escribir?
— Me gusta la imagen.
— Es un disparador.
— Si te pregunto si sos más lectora que escritora, ¿qué me decís?
— Recién te escuchaba hablar del cuento, de aprender sobre el cuento. Habrás leído mucho a Alice Munro.
— ¿Podés separar al autor de la obra? ¿Te cuesta? Te lo pregunto a partir de las — Sí. Bueno, obviamente que puedo. Para mí es una escritora genial. Y no dudo de que hay escritores geniales que son personas horribles. Pero nunca dejaría de leer su obra como no dejaría de ver películas de Woody Allen o escuchar a Michael Jackson, no sé. Silvina Friera la otra vez me decía algo que me pareció muy inteligente que era como Munro no deja de ser una mujer de su época. Yo no sé si mi madre no hubiera hecho lo mismo. También son de otra generación y, es verdad, Alice Munro murió con 90 y pico de años.
— No, también. Digo, no es que tampoco uno puede relativizar todo por su época pero un poco sí…
— No, para nada. Y tampoco quiere decir que uno perdone eso que le hizo a su hija. Y también me parece bien que su hija lo pueda decir y que eso aparezca como un problema. A mí no me va a impedir seguir leyéndola.
— Sabés que no la volví a leer. Desde que me enteré de esto no la volví a leer. Pero a la vez digo que en realidad yo creo que no está tan lejos de la posibilidad de que eso sea así, en el sentido de que para mí era como una maestra de la complejidad de la complejidad de los vínculos y sobre todo de la complejidad al interior de una familia. Que eso no estuviese dicho explícitamente y que no hubiera habido quizás, porque no me acuerdo un relato en el que pase algo similar, pero digo, no es un viaje directo a veces. Y creo que esa complejidad que ella muestra, esa que como dice Fabián Casas “lo que se pudre forma una familia”, me parece que en Alice Munro eso es muy vital también, esas trenzas un poco podridas, los silencios. Creo que uno puede leer su obra en esa clave no teniendo esta información pero a mí por ejemplo no me impide volver a leerla.
— Sí, el último cuento es una pareja, digamos, estancada en la incomodidad. Me gustaba la idea de que no se separaran, bueno, estoy contando el final, no se van a separar. De hecho no era así, cuando entregué el manuscrito ese cuento no terminaba así, terminaban separados.
Fuente: telam