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30/12/2024

Las pericias completas de Cromañón: la causa de las 194 muertes, lo que no funcionó y cómo se podría haber evitado

Fuente: telam

El 30 de diciembre de 2004, en el boliche de Once, la masacre fue el resultado de varios factores, aunque uno sobresalió por sobre los demás. Todo lo que se pudo haber previsto para que no se produjera el horror

>Cuando el 30 de diciembre de 2004 comenzó a incendiarse la media sombra sobre las más de tres mil personas que se hacinaban frente al escenario de Cromañón, nada funcionó en materia de seguridad. De los quince matafuegos que había en el boliche de Once, trece eran a base de polvo químico seco, uno a base de agua y el restante a base de anhídrido carbónico. Ninguno de ellos tenía tarjeta de identificación. Los del primer tipo –la mayoría- poseían cargas que iban de los 4946 gramos de polvo, hasta los 181 gramos, cuando la capacidad total es de 5 kilogramos de material extintor. Según las normas IRAM, deben expulsar un 85 por ciento de esa carga para actuar correctamente. Sólo cuatro estaban en condiciones de hacerlo. Los nueve restantes no servían. El que era a base de agua tenía un desperfecto, por lo tanto, era inútil. Y el que era a base de anhídrido carbónico, cuando fue sometido a pruebas, perdió su masa extintora en cuatro segundos, cuando las normas IRAM indican que lo correcto es que ese tiempo no sea inferior a los ocho segundos. Es decir, de quince matafuegos, sólo funcionaban cuatro.

Lo que parecía idílico, en Cromañón mutaba en tétrico. Al mirar hacia arriba, se veía cómo de la media sombra pendían lucecitas que semejaban estrellas. Un cielo nocturno, sin nubes, maravilloso. Esa ilusión escondía el hacha que decapitó cientos de sueños.

Pegado al hormigón del techo se encontraban las planchas de espuma de poliuretano, de color beige y 2,5 centímetros de espesor, similar a la que se usan en la fabricación de colchones, a base de isocianato y polioxipropileno. Sobre ésta se había colocado la guata blanca, de 6 centímetros de espesor, una resina poliéster de la familia del polietilentereftalato. Y por debajo, la media sombra en red, cuyo material es el polietileno, muy inflamable.

La media sombra, al quemarse, desprendió dióxido de carbono, monóxido de carbono y acroleína. El poliuretano, por su parte, expulsó cianuro de hidrógeno (ácido cianhídrico), dióxido de carbono, monóxido de carbono, óxidos de nitrógeno y vapores de isocianato. Y la guata exhaló dióxido de carbono y monóxido de carbono. Es decir, el principal causante de la muerte de los chicos de Cromañón fue el poliuretano, la goma espuma que estaba pegada al cielorraso como forma de insonorizar al boliche, que se quemó en una superficie total de 177 metros cuadrados.

Según la pericia del INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial), “si no hubiera estado colocada la media sombra, y la bengala o fuego de artificio hubiera impactado en el centro de un cuadrado de espuma de poliuretano de 177 metros cúbicos de superficie, éste hubiera tardado aproximadamente 13 minutos en incendiarse. Como en el local estaba colocada la media sombra, ésta se incendió y propagó el fuego en múltiples focos a la espuma de poliuretano. Por ello el tiempo real de propagación del fuego afectando la espuma de poliuretano podría haber sido considerablemente menor que el calculado”.

Hubo una falla más que se agregó al espanto: de los cuatro extractores de aire del lugar, sólo dos funcionaban. Luego se supo que habían sido anulados para que el ruido que hacían al girar no se filtrara hacia el hotel Central Park, lindero al boliche y propiedad, también, de Rafael Levy. Es decir, el humo no fue expulsado fuera del recinto. En medio de la oscuridad, llenó el ambiente hasta pocos centímetros sobre el piso.

Las autopsias revelaron que todos los cadáveres poseían indicios de la presencia de monóxido de carbono en sangre: la mayoría, entre un veinte y un treinta por ciento. Este gas, quedó establecido por las periocias, se halló en una concentración de 4350 partes por millón (ppm), sólo calculando lo desprendido por la goma espuma, y sin contar lo que pudo haber resultado del incendio de la media sombra. Según estudios, una concentración superior a los 4000 ppm resulta fatal en menos de una hora. Ese gas causa asfixia al combinarse con la hemoglobina de la sangre, que da como resultado carboxihemoglobina. Esta sustancia reemplaza a la oxihemoglobina, encargada de transportar al oxígeno en la sangre, y reduce la disponibilidad de ese gas vital.

Son valores peligrosos y que, en pruebas de laboratorio hechas con ratas, se indicaron como letales si se hallan entre 150 y 200 ppm.

El umbral toxicológico al que responde un ser humano es de 10 ppm; si la concentración es de 20 a 40 ppm, después de varias horas de exposición se sienten leves síntomas; la máxima concentración en aire que puede ser inhalado durante una hora sin perturbaciones serias se da entre 50 y 60 ppm; entre 120 y 150 ppm se torna peligroso si uno se expone entre 30 minutos y una hora. Y si es de 300 ppm o más, se vuelve fatal rápidamente.

No obstante, aún con la toxicidad del humo que los chicos respiraron, de no haberse conjugado otras irregularidades, un gran porcentaje de ellos se hubiera salvado.

Por ejemplo, en los planos no aparece una puerta del entrepiso, que tenía un cartel con la leyenda “chicos”, pero carecía de cerradura y picaporte. Para ingresar al boliche por ese sector luego del siniestro, los bomberos debieron hacer un boquete en la pared. Este agujero daba al VIP, y se hizo desde un baño que anteriormente pertenecía al local y fue tapiado, por orden de Levy, para añadirlo a las oficinas del hotel. Como ésta, los peritos detallaron varias otras puertas que no existían en el plano que les había provisto, y que comunicaban con dependencias del hotel Central Park, lo que era antirreglamentario para que un local de Clase “C” resultara habilitado.

El plano de habilitación –según el expediente 42.855/97- aseguraba que el ancho del pasillo principal de acceso al vestíbulo del boliche era de 6,51 metros, cuando según las pericias, en su parte más angosta (que es la que se debe utilizar para tal fin) era de 5,51 metros, un metro menos.

El pasillo de la salida de emergencia hacia la calle, según el plano, tiene tres metros, pero los peritos midieron 2,90 metros, que en el acceso a la línea municipal se reduce a 2,62. Y concluía en una cortina enrollable.

El ancho de cada una de las seis puertas que comunican el vestíbulo con el interior era, según el aprobado por los bomberos, de 1,50 metros. En el papel oficial se consigna que el total da 9,50 metros, lo que es inexacto con un simple cálculo: 6 por 1,50 da 9. Pero no es todo: los peritos midieron las puertas, y tenían 1,26 metros en promedio. El Código de Edificación obliga que “el ancho libre de una puerta de salida exigida no será inferior a 1,50 metros”. Entonces, de 9,50 metros que decía el plano aprobado, la medición real lo redujo a 7,56. Además, las doce hojas baten sobre la que se encuentra al lado, haciendo aún más pequeño el espacio por donde pasar. Desde allí, hasta la calle, había que transitar todavía 17 metros. Esas puertas carecían de barrales antipánico ni cierra puertas, pero en cambio poseían pasadores que impidieron su normal apertura desde el vestíbulo en el momento de la tragedia. Además, sólo dos estaban abiertas.

El local, además, tenía conexión con otros edificios linderos. Por ejemplo, desde el vestíbulo se podía llegar al hall del hotel Central Park a través de un ambiente intermedio. Una puerta recubierta por material acústico estaba ubicada en el paso del escenario hacia el camarín, los baños de éstos y algunos depósitos y el garaje aledaño.

A través del portón que debía ser la salida alternativa se llegaba al pasillo de la entrada de vehículos que da a Bartolomé Mitre 3046. Desde allí se podía llegar al hall del hotel y a una cabina de control. Ese portón de doble hoja no figuraba como salida de emergencia, sino como una salida alternativa. Supuestamente, tenía una activación electromecánica que no existía y fue declarada en el expediente de habilitación. Medía cinco metros de ancho por 3,60 de altura. Pero en el momento del siniestro, cuando más se lo necesitó, estaba cerrado por un candado, un cerrojo con pasador y alambres.

Pero más allá de eso, y aunque Cromañón no debería haber existido jamás en estas condiciones irregulares, todavía los chicos habrían podido salvarse con sólo una simple precaución: que todas las puertas de salida (las seis del vestíbulo al salón principal; la de emergencia contigua a los portones que daban sobre Bartolomé Mitre; y el enorme portón que comunicaba al salón con el acceso al garaje) hubiesen estado abiertas.

Pero no fue así: sólo dos de las puertas más pequeñas fueron la vía de escape para los chicos. Otros sí pudieron huir por puertas que no figuraban en los planos, como las que usaron los músicos por detrás del camarín. Según calcularon los peritos, por los únicos 2,52 metros de las puertas abiertas hacia el vestíbulo, podrían haber salido sin consecuencias sólo 252 personas, cuando en realidad lo hicieron entre 2800 y 3000. Este número de asistentes lo hizo –sostuvieron- en poco más de 18 minutos. Si la cantidad de personas dentro de Cromañón hubieran sido las 1031 para las que fue habilitado, y las seis puertas hubieran estado abiertas, el tiempo de evacuación se habría reducido a 2,14 minutos. Aún con dos puertas, el escape total habría durado 6,44 minutos.

El informe pericial concluye: “Al iniciarse el fuego, y percibir las emanaciones, con la luz cortada, al intentar evacuar por las dos puertas de 1,26 metros –las otras cuatro y la ‘Salida Alternativa’ que dan directamente al salón (a diferencia de la ‘Salida de Emergencia’) estaban cerradas-, se produce el aglutinamiento de personas en dichas puertas, mientras eran afectados por los gases tóxicos durante los 18 o más minutos que demoró la evacuación, tiempo en el cual… por los 13 minutos o menos en que se produjo la concentración fatal y letal de los tóxicos, la diferencia de tiempo trajo aparejada la muerte del número ya conocido de personas…”.

Fuente: telam

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