30/12/2024
Callejeros, del debut en la puerta de una peluquería a su noche trágica: qué hizo cada músico cuando se quemó Cromañón

Fuente: telam
La banda de Villa Celina dio sus primeros pasos en 1992. Ensayaban en una habitación a medio terminar del padre del bajista, Christian Torrejón. Con el liderazgo de Patricio Santos Fontanet, editaron tres discos. Ese ascenso se frenó bruscamente en el boliche de Once. El minuto a minuto de la banda en la noche del 30 de diciembre de 2004
>Cuánto más fáciles e inocentes fueron las cosas treinta y dos años atrás, cuando Patricio Santos Fontanet, que era de Tapiales, se juntó para tocar con un grupo de pibes de Villa Celina y hacer rock. Entre esos estaba, también, su amigo Christian Torrejón, con quien se conocían desde siempre y venía de intentar lo mismo en Viejo Smoking. Se llamaron, al principio, Gatos Callejeros. Luego, por su amor por la banda Creedence Clearwater Revival y algunos cambios en la formación, se rebautizaron Río Verde, como una canción de la agrupación norteamericana. Tocaban, además los inoxidable temas de John Fogerty, covers de Los Beatles, los Rolling Stones, Chuck Berry. Esa era la música que les gustaba.
Enfrente estaba el kiosco de Adrián, donde cruzaban en los descansos a comprar alguna gaseosa (casi siempre de pomelo) o se quedaban a jugar al metegol que había en la vereda. En la misma cuadra estaba otro negocio que frecuentaban: la peluquería Eskrúpulos, de Juan José Biso, que le cortaba el pelo a Christian y a Fontanet desde que tenían 14 años. El primer recital que dieron fue en la puerta de su local, y él les prestó un reflector.
Dos años después de su disco debut salió a la venta Presión, y tuvieron su primer hit: “Una nueva noche fría”, de alta rotación en las radios. Callejeros creció hasta más allá de los sueños de sus integrantes. Antes de su tercera placa, Rocanroles sin destino, que vio la luz en octubre de 2004, habían llenado por dos noches el estadio de Obras Sanitarias, donde los vieron diez mil personas, y la cancha de Excursionistas, en la que reunieron a 15 mil. Por esa época pudieron dejar sus trabajos: Torrejón, por ejemplo, hacía service de ascensores. Ya no llevaban ellos sus instrumentos, tenían plomos. Diego Argañaraz, su manager, ya no recorría boliches para negociar una fecha. Las ofertas llegaban a él.
Ese crecimiento imparable chocó contra Cromañón.
La noche del 30 de diciembre de 2004 sería la última de la serie de tres conciertos que planeaban hacer junto a Omar Chabán, con quien solían trabajar cuando tocaban en Capital Federal. El plan consistía en presentar, uno detrás del otro, los tres discos editados hasta ese momento por la banda. El 28 fue el turno de Sed, el 29 le tocó a Presión, y cerrarían ese jueves 30 con los temas de Rocanroles sin destino.El efecto fue contrario. Fontanet tomó la posta para alertar. Tenía cierto ascendiente sobre esa masa. Pero no fue suficiente, o no lo tomaron en serio, o creyeron que era un guiño, una ironía más, como usaba en las entrevistas para referirse a la pirotecnia. Ese ritual llameante, que había comenzado en las canchas de fútbol, se había trasladado al rock casi al unísono con los cantos de las hinchadas de ese deporte. Eran parte de la cultura juvenil: no había recital sin bengalas. Las bandas las incluían en sus videos clips y las fotos de las carátulas de sus discos. Las revistas y suplementos dedicados a la movida rockera adoraban ese toque colorido. Pocos advirtieron seriamente su peligrosidad. Esa noche, Fontanet lo intentó: él es asmático, le molestaba el humo que producían, llevaba un broncodilatador a cada uno de sus shows. “Rescátense un poco porque se prende fuego el lugar… ¿Entendieron? ¿Les quedó claro a todos? ¿Si? ¿Se van a rescatar, se van a poner las pilas? ¡Vamos! ¡Rescátense! Tenemos que hacer el show, loco”, bramó.
Cristian Cires, alias Lombriz, un muchacho flaco, de pelo largo y cara filosa que había alcanzado una modesta fama como reidor en el programa Mar del Fondo, de TyC Sports, era amigo de Chabán y Raúl Villarreal, su mano derecha. Los conocía a ambos de Cemento –un boliche de la calle Estados Unidos al 1200, nave insignia de Chabán, emblema del rock barrial argentino-, y con el tiempo, se había convertido en una suerte de presentador de la banda, a la que llegó a través de Carbone y Diego Argañaraz, el manager de la agrupación. Había arribado a Cromañón, en Bartolomé Mitre 3060 antes que Ojos Locos, y se dirigió a los camarines. Allí, para la ocasión, se vistió con una galera y un moño. Regresó al hotel Central Park, corazón del predio donde se ubicaba Cromañón -cuyo dueño era Levy-, y desde ese lugar ingresó al local, con Fontanet a su lado. Después de que el cantante hizo su advertencia, subió al escenario. Como si se tratara de una pelea de box, con una elegancia impostada, Lombriz tomó el micrófono y gritó: “Buenas noches, Cromañón, Bienvenidos a la última velada del año. Gracias a este hermoso y distinguido público, esta fiesta es posible. ¡Damos comienzo al show… con ustedes y para ustedes, Callejeros!”“¿Se van a portar bien?”, gritó el cantante. Desde la multitud sudorosa llegaron los “no” mezclados con los mayoritarios “si”. Como un conductor de tevé arengando a su público, insistió más fuerte: “¿¡Se van a portar bien!?”. La respuesta fue similar, pero el volumen más alto. Vázquez ensayó el comienzo del tema, y se detuvo. “¿Estamos en condiciones de comenzar estimado baterola?”, preguntó Fontanet, estirando la “a” final. Y, dirigiéndose al público, recordó por qué estaban allí: el plan de las tres fechas consecutivas consistía en presentar, uno detrás del otro, los tres discos editados hasta ese momento por la banda. El 28 fue el turno de Sed, el 29 le tocó a Presión, y cerrarían ese jueves 30 con los temas de Rocanroles sin destino. Dijo Pato: “Terminaba con Ilusión la cosa, ¿así habíamos quedado ayer no? bueno la historia del 2003 es mucho más reciente así que vamooos…” Ilusión es el track número 14 de la segunda placa, el que la cierra. Entonces, con un break de batería, el rock atronó Cromañón. Y sonó Distinto. La fiesta duró apenas un minuto y cincuenta y ocho segundos.
“A pensar, a reaccionar, a relajar, a despotricar,A olvidarme de olvidar, a recordar lo que vendrá”,
En ese instante se encendió la primera bengala.Allí se escuchó el estruendo de un petardo. La canción continuó…
“A molestar, a ladrarte,Se oyó un segundo artefacto de pirotecnia.
A ser idiota por naturaleza, y caer siempre ante la vaga certeza,
La tercera explosión tuvo lugar.
A tapar mi ingenuidad, con un poco más que sal me quiero quedar.
A hablar mal del qué dirán, a ver temblar la seguridad…”,
“… a ser distinto a lo que parece.
A acabar con mis pensamientos decentes…”
Justo en ese párrafo, Carbone señaló el techo. La estrofa quedó inconclusa. La música se apagó como quien baja la palanca de una central eléctrica. Por un instante, el mundo se detuvo. Quedó suspendido como un equilibrista que trastabilla sobre su cable: o cae hacia donde lo espera un colchón; o se estrella contra el suelo. En este caso, la noche se despedazó en miles de partes. El silencio de las guitarras, el bajo y la batería dieron paso a la melodía desafinada de los alaridos. Un coro atonal, horrorizado, apenas roto por algunas órdenes sueltas, dichas al vacío: “¡Saquen a la gente!”… “¡Che, la puerta, cheee!”…En los momentos previos al show, Carbone había depositado su celular sobre una estantería que había en la entrada de los camarines. Como algunos de los integrantes de Callejeros tenían habitaciones en el hotel, habían dejado el mismo para ser utilizado principalmente por Ojos Locos. El saxofonista fue el primero en notar cómo se diseminaba el fuego por el techo. No bien lo hizo, quiso advertirle a la gente que saliera por el escenario, pero el micrófono no funcionaba. Chabán ya había cortado el sonido. Caminó por las tablas y vio como el cuadrado encendido caía a dos metros de distancia y hacía un ruido “como a brasas”. Tomó a Fontanet para salir hacia los camarines, pero éste se zafó de sus manos.
Carbone, mientras tanto, corrió por el estacionamiento, arrojó el saxo en la recepción del hotel, salió a la calle y volvió a ingresar por donde lo hacía el público. Vio como alguien blandía un matafuego y arrojaba su contenido a la cara de otra persona. Lolo Bussi, quien ejercía el rol de seguridad de Callejeros, increpó a este sujeto. El músico se dedicó a levantar a la gente que se desmayaba apenas salía por la puerta principal, y a llevarla hasta las ambulancias que comenzaban a llegar por Bartolomé Mitre y Jean Jaures. “La primera chica era flaquita –contó Carbone-. Cuando llegué se desvaneció, le dije a dos pibes, ‘¡loco, levántenla!’, y me respondieron, ‘Juancho, mirá’, y tenían las manos como quemadas. Volví, subí a un muchacho a un colectivo… Era un caos”. Ingresó, esta vez, por el estacionamiento. Encontró a quienes intentaban abrir el portón de doble hoja. Apareció un bombero con una barreta… “¡Vamos, somos veinte, lo tenemos que abrir!”, escuchó…
Cromañón era un rectángulo de 30,62 por 34 metros en su parte más ancha, paralelo a la calle Bartolomé Mitre, encajado en el centro de la manzana, a 21 metros de la acera. Tenía dos escaleras de tipo imperial. Cada una constaba en dos hileras de escalones que, en el medio, se fundían en una escalera perpendicular. Una estaba a pocos pasos de la entrada, y llevaba al Vip; y la otra, colocada en forma simétrica atravesando el salón, en el sector que daba a los baños de caballeros y de damas, uno junto al otro. Al principio, el Vip también poseía baños, pero habían sido tapiados por orden de Rafael Levy, el verdadero dueño del lugar, para ser destinados a oficinas del hotel lindero.
Como sus compañeros, Vázquez, el baterista, chequeó sonido a las cinco de la tarde, luego subió a su habitación del tercer piso del hotel y bajó para cenar aproximadamente a las ocho de la noche. Hizo un ejercicio de relajación y respiración, y entró al local. Dejó una bolsa con varias remeras, unas zapatillas blancas con vivos rojos y azules, parches de batería y palillos en el camarín. Cuando se sentó a la batería miró a su derecha. Su madre, Dilva, estaba en el Vip. Así narró el momento del incendio: “… Soy una persona de sacarme fácilmente, calentón, de carácter podrido, visceral. Trataba de observar detrás de esas bengalas a ver quién las había prendido, pero para mirarlos con bronca como diciéndoles ‘boludo’, algo… Más atrás, en el fondo, vi un chispazo en el techo, como algo eléctrico. Quedó como una pequeña llamita, como una vela, un encendedor en el techo, encendido. Me calentó mucho. Me paré de la batería. Nunca paré una canción así… Le pegué al tambor y a un platillo en simultáneo. Volaron al carajo los palillos. Agarré mi riñonera y me bajé del escenario”.
Elio Delgado estaba muy concentrado en su guitarra, y apenas divisó que Vázquez abandonaba el escenario, pensó que “estaba limado”, según le refirió a éste dos días después. Habría sido, así, el último en darse cuenta que el techo se quemaba. Vázquez, en su salida hacia el estacionamiento, se cruzó con Lombriz, que se asomaba desde el camarín, adonde había ido a quitarse el moño y la galera. Al baterista le agarraron palpitaciones. “Me quedé solo. Pensé que ya iban a venir a decirme ‘tranquilizate, ya lo apagaron, no pasa nada…’. Pero no venía nadie, y empezó a salir gente gritando ‘¡se prende fuego!’, gente con la cara negra, con la remera rota. De adentro salían gritos que no había escuchado nunca, ni en las películas de terror”.El relato de una ex novia suya, Laura Fernández, difiere en forma sustancial. Ella, también sobreviviente de Cromañón, dice que subió por la puerta del hotel para ver cómo estaba, y lo encontró en su habitación del tercer piso, pero junto al manager de Callejeros, Diego Argañaraz, y a su madre, llorando. La primera pregunta que según ella le hizo Vázquez, fue: “No me digas que hubo algún muerto...”.
El guitarrista Maxi Djerfy, por su parte, ingresó al boliche y rescató entre diez y quince personas, arrastrándolas hacia la salida. Hasta que, debajo de la escalera, percibió de repente una figura familiar. Era su propio padre, Jorge, el mismo a quien había saludado momentos antes del show desde el escenario hacia el Vip. Estaba a punto de desfallecer, y sólo atinó a decirle “necesito aire”. Lo llevó hasta la salida y lo introdujo en una ambulancia. Momentos después, en la plaza, vio a un primo suyo que intentaba infructuosamente reanimar a su tío Osvaldo. “Fue el primer muerto que vi… -dijo luego Djerfy-. Había nueve personas de mi familia allí. Mi primo golpeaba las paredes, y en eso me doy vuelta y veo que la primera de la fila de muertos que había en la calle era mi ahijada Belén”.
En medio del caos, Sergio Fernando Piñeiro –encargado de la iluminación del recital- batallaba por huir. Él relató que el fuego se propagó en forma veloz: “Primero cayó lluvia sobre la gente, y luego cayeron los colchones” de guata y goma espuma que cubrían el techo para acustizarlo. El fuego y el humo hacían imposible respirar, y buscó una salida. Pero volvió sobre sus pasos, pensó que lo mejor era apagar el fuego y halló un matafuego. Intentó usarlo, pero no funcionaba. Se quitó entonces la remera y comenzó a golpear las pequeñas llamas que había alrededor de la consola de luces. Vio cómo todos se chocaban unos contra otros, desesperados, intentando escapar de esa locura. Él mismo quiso hacerlo, pero la cantidad de cuerpos que se agolpaban allí se lo impidió. Entonces, conocedor del boliche, buscó el escenario y la salida de los músicos. En el camino hacia allí, se cortó la luz. Regresó, entonces, a la puerta principal, hasta que se desvaneció.“Perdí familia, perdí amigos, perdí hermanos, seres muy queridos y amados en esa noche. Llegué al escenario convencido de que todo estaba en condiciones e íbamos a pasar una noche inolvidable. Y a los quince minutos estaba entrando y saliendo del lugar, sacando gente y buscando a mi novia y a mi mamá. Mi novia falleció, mi mamá se quemó el 40 por ciento del cuerpo. ¡Cómo voy a exponer a mis seres queridos, a mi mismo, al público, a toda la gente que yo quería a semejante desastre! Nunca supe, hasta después del hecho, que la puerta alternativa estaba cerrada. Me enteré de lo que sucedió en el recital de La 25 después de la tragedia. Nos duele la vida después de Cromañón, nos sacaron el alma. Lloramos a cada una de las víctimas y no podemos entender ni creer que alguien nos acuse, como si nosotros hubiésemos sabido que todo esto iba a pasar… No éramos ni socios ni organizadores con Chabán. Nosotros tocamos, somos los músicos, los artistas… Este es mi oficio y todo el alcance que tengo en un show, antes y después de Cromañón.”. Así lo escribió y así leyó Patricio Rogelio Santos Fontanet su alegato en el juicio oral por la masacre de Cromañón.
Todos los miembros de Callejeros fueron presos. Todos, excepto Vázquez y Djerfy, están en libertad. Vázquez, porque continúa tras las rejas por el femicidio de su pareja. Djerfy, porque murió en 2021.
Fuente: telam