Lunes 5 de Mayo de 2025

Hoy es Lunes 5 de Mayo de 2025 y son las 07:53 - Estas escuchando LA FOLK ARGENTINA la radio del folklore desde Tigre Bs As Argentina / mail:[email protected] / twitter:@lafolkargentina / fan page:radio la folk

19/04/2025

“Rusia contra el mundo”: el libro que expone el Estado-mafia de Putin y su guerra de mentiras

Fuente: telam

Marc Marginedas desentraña en su nuevo libro los crímenes, la corrupción y la maquinaria de propaganda del Kremlin. Desde falsas banderas hasta asesinatos políticos, una investigación demoledora sobre el régimen que desafía a Occidente

>Marc Marginedas, periodista y corresponsal de guerra español con experiencia directa en zonas de conflicto, ofrece en “Rusia contra el mundo” un análisis implacable y meticulosamente documentado sobre la naturaleza del régimen de Vladimir Putin.

La obra combina el rigor periodístico con una narrativa personal, fruto de los años que el autor fue corresponsal en Rusia y su experiencia en conflictos como el de Siria, donde fue secuestrado por el Estado Islámico en 2013.

El libro comienza con un episodio fundacional del putinismo: los atentados de 1999 en Moscú y Riazán, atribuidos inicialmente a terroristas chechenos pero que, como revela Marginedas, fueron probablemente obra del FSB (el servicio de seguridad ruso) para justificar la segunda guerra de Chechenia y catapultar a Putin a la presidencia. “¿Y si los atentados no tuvieran nada que ver con la guerra caucásica y sí con la inminencia de unas elecciones legislativas y presidenciales en las que se dirimiría el relevo de Borís Yeltsin?”, se pregunta el autor.

Marginedas reconstruye cómo agentes del FSB fueron detenidos colocando explosivos en Riazán, aunque posteriormente el gobierno insistió en que se trataba de un “ejercicio de entrenamiento”.

La obra también aborda la corrupción sistémica en Rusia, desde los privilegios de la élite en el tráfico —“En Rusia, el segundo ayudante del fiscal del distrito tiene más privilegios en la carretera que Angela Merkel”, señala el experto Mijaíl Blinkin— hasta la impunidad en casos como el de Anna Shabénkova , hija de una funcionaria, que atropelló y mató a una mujer en Irkutsk y evitó la cárcel gracias a conexiones políticas. “Si el asunto llega al juzgado, allí ustedes van a lograr poco”, le advirtió la madre de Anna a la familia de la víctima, según el abogado Víktor Grígorov.

Esta cultura de privilegios se extiende al sector inmobiliario, donde Marginedas expone cómo los residentes de Moscú son desalojados forzosamente de sus viviendas para beneficiar a constructoras vinculadas al poder, utilizando informes falsos y un sistema judicial corrupto. “La corrupción en Rusia no es un problema, es un negocio”, cita el autor a la economista Aleksandra Kalinina.

Uno de los aspectos más inquietantes del libro es el análisis de cómo Rusia manipula a periodistas extranjeros. Marginedas recuerda el caso de Walter Duranty, corresponsal del New York Times que en los años 20 del siglo pasado negó el Holodomor ucraniano mientras en privado admitía que “la gente moría como moscas”. Este patrón persiste hoy con periodistas comprados o coaccionados en Bulgaria, España y Oriente Medio.

“La importancia de los medios no militares para fines políticos excede, en algunos casos, la efectividad de las armas”, cita Marginedas al general Valeri Guerásimov, artífice de la doctrina militar rusa moderna, en una frase que resume la importancia de etas tácticas para el Kremlin.

La obra también destaca la brutalidad del Ejército ruso en conflictos como Chechenia, Siria y Ucrania, donde se repiten patrones de violencia: bombardeos a hospitales, double tap (bombardear dos veces para matar a los rescatistas)) y masacres como la de Bucha.

“Que las tres guerras de Putin se asemejen como gotas de agua no es de extrañar, si uno presta atención a los nombres de los comandantes militares que las han dirigido”, señala el autor, subrayando la continuidad en las tácticas brutales empleadas por el ejército ruso.

Marginedas señala que estas guerras no son solo enfrentamientos militares, sino que son utilizadas por el Kremlin para cimentar su poder, tanto en el ámbito interno como en el internacional. En este contexto, analiza cómo el régimen ha logrado utilizar el discurso de “defender a los rusos” en el extranjero para justificar sus agresiones y, al mismo tiempo, fortalecer su apoyo dentro del país.

El capítulo sobre el envenenamiento de Alexei Navalny es particularmente revelador. Marginedas viajó a Tomsk, donde el opositor fue intoxicado con Novichok, y describe el miedo que imperaba: “Nadie se acordaba de nada, nadie admitía haber visto nada”. Había “una suerte de amnesia colectiva acerca de lo sucedido”.

El libro vincula los casos de Navalny, Aleksándr Litvinenko y Víktor Yúshchenko, señalando la impunidad con la que actúa el FSB incluso en territorio occidental.

“No querían asustarme, querían matarme”, cita a Yúshchenko sobre su envenenamiento con dioxinas en 2004.

Un capítulo revelador examina la fusión entre el crimen organizado y el Estado ruso, documentando la operación policial “Caso Troika” en España contra la mafia Tambóvskaya y sus conexiones con altos funcionarios del Kremlin.

Las investigaciones judiciales en España fracasaron por la desestimación de pruebas y la fuga de los acusados a Rusia, ilustrando la capacidad del Kremlin para proteger a sus operadores criminales en el extranjero.

Quizás el aspecto más perturbador del libro es la documentación de cómo Rusia habría utilizado el terrorismo como instrumento político. Marginedas analiza los asaltos al teatro Dubrovka (2002) y a la escuela de Beslán (2004), sugiriendo la complicidad del FSB con los terroristas chechenos.

El libro también examina la cooperación rusa con el régimen sirio en la radicalización de prisioneros, creando lo que un testigo describe como “una escuela de yihadismo” en la prisión de Sednaya.

“Rusia no solo considera al fenómeno del terrorismo islámico como un enemigo, sino como un instrumento en su lucha contra Occidente”, escribe Marginedas, aludiendo a cómo el Kremlin ha utilizado el terrorismo para justificar sus agresiones tanto dentro como fuera de sus fronteras.

Marginedas relata su secuestro en 2013 por el Estado Islámico en Siria, donde pasó seis meses en condiciones brutales junto a otros rehenes occidentales. “A lo máximo a lo que puede aspirar uno es a dejarse llevar por un ligero duermevela, en una vigilia plagada de sobresaltos”, describe sobre las noches vigiladas por yihadistas armados. Un detalle clave fue su interacción con un comandante del ISIS de origen ruso, quien lo amenazó: “Tú has entrado dos veces anteriores a Siria y te ha salido bien; pero ahora te vamos a matar”. Marginedas sospecha que este hombre podría ser un agente infiltrado del Kremlin, dada su retórica similar a la de las autoridades rusas.

El libro repasa históricos secuestros vinculados a Rusia, como el de los ingenieros de Granger Telecom en Chechenia (1998), decapitados tras ser acusados falsamente de espionaje. Documentos citados por el periódico Nóvaya Gazeta sugieren que el líder yihadista Arbi Baráyev —responsable del crimen— actuaba como agente doble: “Viajaba tranquilamente por Chechenia [...] con un conductor del FSB”. Médicos Sin Fronteras también sufrió ataques, como el secuestro de Arjan Erkel (2002-2004) en Daguestán. Pruebas mostraron llamadas desde su teléfono a cuarteles del FSB, pero las autoridades rusas cerraron el caso. “Es un escándalo que [...] nuestro colega esté aún desaparecido”, denunció la ONG.

El autor concluye examinando si Rusia bajo Putin puede ser clasificada como “Estado terrorista”. Marginedas destaca patrones del Kremlin: desde la represión interna hasta ataques híbridos contra Occidente, como asesinatos de disidentes, desinformación y apoyo a regímenes como el sirio. Cita al periodista David Satter, quien afirma que Rusia actúa con impunidad porque “sus crímenes no son expuestos”. El libro también revela la ambivalencia rusa en casos como el atentado de Boston (2013), donde Moscú advirtió sobre los autores pero no colaboró con EE.UU., y la persecución de exiliados chechenos en Europa, como la activista Khazman Umarova, detenida injustamente en Francia tras los ataques a Charlie Hebdo.

Aunque el Parlamento Europeo y el Senado de EE.UU. han declarado a Rusia “Estado patrocinador del terrorismo”, Marginedas señala que falta acción concreta. El Departamento de Estado evita incluirlo en su lista oficial por temor a fracturar la coalición antirrusa.

Fuente: telam

Compartir