Lunes 25 de Noviembre de 2024

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Anya Taylor-Joy: "el acoso fue un camino de aprendizaje"


Descubierta por el mundo entero en Gambito de dama vía Netflix, es la actriz de las mil y una caras. Con esos ojos de supuesta inocencia, también es embajadora de moda y belleza Dior. Y por fin se sienta frente a nosotras con su carisma hipnótico.

Mi primera reacción en la reunión con Anya Taylor-Joy es sorprenderme: “¡Realmente está ahí!” ¿Resulta rara esta emoción al ver a la actriz elegida para la portada de ELLE? Por supuesto, pero después de dos años de hacer entrevistas a través de las pantallas en el marco de la pandemia, la excitación por tener a una actriz de carne y hueso sentándose en la silla de enfrente es real. Su piel, su cabellera que toma tonalidades según la luz, el brillo de su boca perfectamente roja, su cuerpo y el flujo de su voz… todo eso está delante de mí y no se interrumpe ni fracasa por la conexión. Qué alivio eso. Además, enseguida aparece la primera evidencia de algo que la hace distinta. Anya Taylor-Joy es Bambi. Es una esbelta y fina criatura con piernas largas enfundadas en medias oscuras y enormes ojos aterciopelados descansando cerca de las sienes. Sí, aparte de una mujer parece un cervatillo. Y el asombro se redobla cuando habla. Porque Anya Taylor-Joy tiene la voz grave. Es decir que Bambi, tendría, digamos, la voz como la de Jason Momoa. Bueno exagero, pero hay algo en esta joven realmente fascinante.

A la pregunta “¿de dónde venís?”, Anya podría responder: de todas partes. Nació en 1996 en Miami. Pero su madre es de origen inglés-español nacida en Zambia. Y su padre, argentino-escocés nacido en Buenos Aires. Ella, sexta hija de su familia con siete años menos que su hermana más cercana en edad, comenzó su vida en español (“mi lengua materna”, dice), en Buenos Aires. Pero a los 6 años fue mudada a Londres, donde vivió tan infelizmente que se rehusaba a hablar en inglés en la escuela, con la esperanza de que algún día se decidieran a traerla de regreso a la Argentina. No tuvo éxito, por desgracia.

“Yo era muy diferente de los demás adolescentes”.

Todo esto, ahora enfrente de mí, Anya lo cuenta entre risas. Pero cuando indagamos un poco en su currículum, vemos que a los 14 años, por iniciativa propia, dejó su colegio inglés para ir a estudiar actuación en Nueva York. “¿Por qué te escapaste de Londres tan joven?”, le pregunto. Anya reconoce haber sufrido bullyng, sin entrar en demasiados detalles o quejarse de su destino. “Creo que a la gente no le gusta lo que no puede entender, especialmente en la pubertad: entre la explosión hormonal y la ignorancia ante el mundo, por falta de experiencia, la crueldad resulta una solución fácil. Yo era muy diferente de los demás adolescentes y no entendía qué tenían contra mí. Pero, en retrospectiva, sé que me las arreglé. Con una gran familia y muy buenos amigos, esa desesperación por el rechazo se fue. A partir del momento en el que llegué a un set, sentí que pertenecía a un grupo. Y para mis adentros, pensé: ‘Ahora sí, acá estoy. Finalmente me siento útil’. En mi caso, el acoso fue un camino de aprendizaje. Cada vez conozco más personas con una carrera similar a la mía, que también fueron señaladas como las inadaptadas.”

 

Después de estudiar teatro en Nueva York, hizo una breve incursión en el modelaje hasta que empezó a probar suerte en los castings. Y todo lo que necesitaba pasó lo suficientemente rápido. Su lista actual de series y películas en las que trabajó se compara con la de cualquier actriz que ronda los 50. Y apenas tiene poco más que la mitad de esa edad.

“Entregué siete años a mi carrera, en cuerpo y alma”. Le pregunto si planea algún descanso después de seis años de filmación ininterrumpida. Ella responde: “Sí, estoy pensando en tomarme unos días la próxima Navidad, con mi familia; los extraño”. Eso sería en… ¡¿cinco meses?! Anya se ríe a carcajadas cuando ve mi expresión. “Mientras tenga la suerte de que me ofrezcan proyectos, los agarraré. Pero sé muy bien que es en detrimento de mi vida personal. Entregué siete años, en cuerpo y alma. Ahora, con mi equipo, estamos más selectivos. Para renunciar a mi propia historia, tengo que estar obsesionada con el personaje.” Le pregunto por sus afectos, si no la extrañan o se frustran al verla tan poco. “Me entienden y saben que soy feliz cuando hago lo que me gusta, cuando me dedico al arte.” Entonces, lo que más me interesa en este momento es saber a quiénes se refiere cuando me responde, por fuera de su gran familia (y guiño un ojo, por las dudas). Dicen que lleva más de un año enamorada del músico y actor Malcolm McRae, pero Anya tiene fama de mantener su vida íntima en secreto. Por ende, evito el tema de forma directa. “¿Dónde y con quién te sentís como en casa?”, indago. La respuesta llena mis expectativas: “No tengo lugar en particular. Pero diría que mi hogar es donde está mi amor -más específicamente-, donde estamos juntos. Por nuestro trabajo pasamos mucho tiempo separados, así que los momentos de encuentro son preciosos.” bingo. Hay alguien en alguna parte del mundo esperándola. Sin embargo, debe ser extraño no tener un lugar donde anclar. Y sobre esta noción de “hogar”, esta joven mujer tiene una frase bonita que acotar. “Para mí, siempre ha sido un sentimiento, en lugar de una casa o un país. Tengo la sensación, desde la infancia, por el carácter itinerante de mi educación, de no pertenecer a ningún lado. Eso me ha hecho encajar en todas partes, más allá de tener un pasaporte estadounidense y una residencia argentina” Noto su boca tan bonita, maquillada con Addict, el labial de Dior del que es embajadora. Y ella especifica con orgullo: “¡Me lo hice yo! Maquillarme la boca es una de las pocas cosas sé hacer. Mis labios son de una forma rara. Así que desde chiquita fui entrenando para que me queden bien”. “¿Desde muy chica, verdad?”, insisto para saber más.   “Sí”, y agrega. “Cuando era una nena estaba obsesionada con el labial rojo de mi madre; se lo robaba todo el tiempo y me lo ponía en la punta de la nariz, como un payaso. Eso se volvió una tradición, que mantengo. Y en cada cumpleaños, me tomo una foto con ese pequeño círculo ahí”. Pienso para mis adentros, entonces, que en reemplazo de un sitio en algún lugar de este planeta, el “hogar” de Anya Taylor-Joy es esa parte de su infancia que nunca la abandonará. Su casa es tal vez la punta de su bonita nariz decorada con un labial.  

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