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El Polaco Goyeneche: el tango hecho voz y sentimiento

Hay cantores que interpretan tangos, y hay otros que parecen fundirse con ellos. Roberto “El Polaco” Goyeneche pertenece a este último grupo. No cantaba: contaba, respiraba, sufría y gozaba cada verso.
Su modo de frasear con rubato, adelantando o atrasando la palabra respecto al compás, no fue un capricho técnico. Fue, más bien, una declaración de principios: el tango no se canta como una partitura rígida, sino como la vida misma, llena de quiebres, pausas y aceleraciones.
Goyeneche supo poner humanidad en la música. Su voz rasposa, marcada por el tiempo y los excesos, transmitía una verdad que iba más allá de la afinación o la técnica. Escucharlo era asomarse a un Buenos Aires de noches largas, de cafés y nostalgias, de abrazos y pérdidas.
Algunos lo tildaban de “desprolijo”. Lo cierto es que en esas aparentes imperfecciones estaba su mayor virtud: el coraje de cantar a su manera, sin concesiones. Y por eso, lejos de diluirse en el tiempo, su estilo quedó grabado como una marca inconfundible.
Hoy, a más de tres décadas de su partida, el Polaco sigue siendo referencia obligada cuando hablamos de tango. No sólo porque interpretó como nadie, sino porque enseñó —sin proponérselo— que la música no vive en el papel, sino en el alma de quien se anima a sentirla.
Goyeneche fue eso: un cantor del pueblo que convirtió el tango en confidencia. Al escucharlo, todavía hoy, tenemos la sensación de que nos habla al oído. Y ese, quizás, sea el mayor triunfo de un artista: volverse eterno en la memoria de su gente.
Carlos Lucentti – Estación Urbana 97.5
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