Lunes 25 de Noviembre de 2024

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Un 9 de abril cumpliría años “Nenette” Pablo Del Cerro, la compañera del mito Yupanqui

Muchas de las más bellas canciones del folklore argentino están firmadas por Atahualpa Yupanqui y Pablo del Cerro. la increíble historia de estos dos grandes autores y compositores que en realidad eran marido y mujer.

Fue en 1942, sobre tierras tucumanas, cuando Atahualpa Yupanqui se volvió loco por una francesa.
No era cualquier francesa, se trataba de una exquisita pianista de música clásica que, además, no salió a la vida entre los brillos de París, Lyon o Marsella sino de una colonia de ultramar del Imperio francés, la isla de San Pedro y Miguelón en la costa atlántica de Canadá. Se llamaba Antonietta Paule Pepin-Fitzpatrick pero su padre francés y su madre canadiense de origen irlandés la apodaron Nenette, el diminutivo de Antonietta, y esa palabra, en los oídos de Atahualpa cuando le preguntó cómo se llamaba, sonó como la carcajada de un ángel.

 

Luego de una estadía en la Francia continental durante la Primera Guerra Mundial, donde termina el secundario y obtiene medallas de oro como intérprete y compositora en el Conservatorio de Caen en Normandía, viaja a la Argentina. Buenos Aires lo pisó por primera vez en 1928, invitada por su hermana, que acababa de casarse. Se instaló en Villa Ballester con su padre y estudió piano en el Conservatorio Nacional de Música y folclore con Isabel Aretz. Se transformó en una gran concertista y viajó por el interior de Buenos Aires durante mucho tiempo sin saber que —o quizás sabiéndolo muy bien— Tucumán nunca escatima romance.
Esa noche, bajo una luna generosa, Atahualpa Yupanqui y Nanette Pepin-Fitzpatrick no intercambiaron teléfonos. Hicieron algo mejor: se miraron a los ojos y se enamoraron para siempre.

Atahualpa y Nenette
Cuando Isabel Lagger se topó con la historia de Nenette, supo que era algo valioso. “La conexión fue total”, le dice a Infobae Cultura, en un breve pero fructífero intercambio epistolar social media. “Tal vez porque me impactó su generosidad y esa cualidad suya de colocarse en el detrás de escena cuando tenía todas las condiciones para sobresalir por su propio talento. Ella vislumbró en Atahualpa condiciones excepcionales. Lo consideró un creador singular. Un ser original y poderoso que clamaba desde las entrañas mismas de la tierra, de allí que trabajara denodadamente para que el mundo supiera de su arte. Y se quedó en la segunda fila, convencida de estar haciendo lo mejor para el acervo criollo nacional”.

Esta escritora santafesina hoy radicada en Villa Carlos Paz se propuso reconstruir la vida de Nanette, juntar documentos, indagar y contarlo todo, pero en clave ficcional. Y lo logró; así surgió la biografía novelada Una mujer llamada Pablo publicada en el año 2000.
Sobre la noche en que se conocieron, cuenta: “Él actuaba en una sala, solo con su guitarra, y ella, en un teatro cercano, integrando la Orquesta Sinfónica Nacional. Ella quedó prendada con el estilo de Yupanqui. Fue un amor musical a primera vista. Sentimiento que los mantuvo unidos durante casi medio siglo. Don Ata estaba casado en ese tiempo. Un sentimiento hondo e inesperado (ambos tenían ya cuarenta años) fue creciendo entre ambos, marcándolos para siempre. Nenette nunca se había casado antes ni tenía hijos. Yupanqui era reincidente en cuestiones matrimoniales. Ninguna mujer, empero, marcaría tanto su destino”.

Tapa del libro “Una mujer llamada Pablo” de Isabel Lagger
Tres años después de ese primer encuentro, desde Tucumán, 1945, Atahualpa le escribe: “Leo tu carta y quiero decirte que no pienso tristemente en el porvenir. Ya volveré pronto para grabar mis músicas. Y te veré, levantada y amorosa, trabajadora y buena, como sé que eres. Y besaré tus ojos, compañera de tantas horas lindas y tristes. Mi cariño, Ata.”
Al año siguiente, decidieron casarse. ¿Para qué seguir esperando? Eran grandes, sí, pero se amaban. Y como el amor siempre es un equívoco, un error que vale la pena cometer, se fueron a contraer matrimonio a  Montevideo, ya que en Argentina no existía el divorcio (Don Ata estaba casado con , pero separado María Alicia Martínez). Ese mismo año tuvieron un hijo, el cuarto y último de él, el primero y único de ella. Le pusieron Roberto.

Fue un año de cambios. Yupanqui venía abrazando hace años la causa comunista y se había afiliado al partido en septiembre del 45. Por ese entonces, comienzan las persecuciones del peronismo y se van volviendo cada vez más hostigantes. Entre el 46 y el 55 estuvo prohibido. Nadie lo podía nombrar. Si pasaban en la radio su clásico Camino del indio, por ejemplo, los locutores lo presentaban como “de autor anónimo”. Nenette comprendió que lo que venía logrando su marido, la patriada ideológica y cultural que estaba llevando a cabo con su música era revolucionaria en varios aspectos. Decidió, entonces, abandonar su carrera de pianista y trabajó para esa gran obra del folclore. Era una gran compositora, a eso se abocó.

Muchas de las canciones más conocidas de Atahualpa Yupanqui son de su coautoría. Luna tucumana, El alazán, Indiecito dormido, Chacarera de las piedras, Vidalita tucumana, Zamba del otoño, El arriero, etcétera, etcétera, etcétera. Pero no podía decirlo. Una mujer no podía componer, mucho menos componerle al gran folclorista que era su marido. No, de ninguna manera. Entonces escogió un seudónimo: Pablo del Cerro. Pablo por su segundo nombre (Paule) y del Cerro por su lugar más preciado (Cerro Colorado, Córdoba).

La familia (Nennete, Roberto y Atahualpa) / Nenette tocando la guitarra
“Fue una mujer adelantada para su tiempo —continúa Lagger en diálogo con Infobae Cultura—. No feminista en el sentido que le damos en la actualidad sino determinada, firme, segura, implacable muchas veces. Exigente consigo misma y con su marido. El epistolario del trovador deja bien sentado que siempre sometía su obra a la fiscalización musical de su mujer porque existía una simbiosis extraordinaria entre ellos. Tuvo una vida llena de privaciones económicas dado que Yupanqui estaba prohibido. Lo impulsó a buscar otros horizontes, a viajar por el mundo mientras ella contraía tuberculosis. Casi que podría decirse que le cupo la inmensa labor de ser madre y padre durante mucho tiempo. Y nunca se quejó por ello. Tenía una personalidad reservada y poco comunicativa pero profundamente sensible”.

A partir de 1961, cuando él comienza sus giras internacionales por países recónditos como Egipto, Hungría o Japón, ella se instaló en su amada Francia con su hijo. En París lo esperaba con tranquilidad, como los árboles aguardan la primavera, convencidos que siempre llegará. Era un departamento pequeño, humilde; alquilaban. En esos tiempos, la correspondencia que se enviaban siguió cargada de amor, esperanza y de un compañerismo conmovedor.
En una carta fechada el 29 de junio de 1985, luego de algunas detalles nimios y pensamientos filosóficos, cierra diciéndole: “Mamá. En dos semanas estoy en casa. Te bendigo, te abrazo. Hasta mañana”. A veces, así le decía: mamá o madre. Su compañerismo es conmovedor.

Nenette y Atahualpa
Dos semanas atrás, el legado de Atahualpa Yupanqui quedó en manos del Instituto Cervantes, protegido por la bóveda donde se preserva el patrimonio lingüístico y cultural de la lengua. Allí están, también, algunas de las cartas que le escribió a Nenette. “El año próximo, cuando Córdoba sea sede del Congreso Internacional de la Lengua convocado por el Cervantes, espero que se alcen voces para reconocer su aporte a la cultura nacional”, dice Lagger.

Tuvo tres nietos hermosos —Paula, Muriel y Emiliano—​ y su vida siguió en familia, cerca de Atahualpa. Falleció en 1990, un 14 de noviembre, de un paro cardíaco en la ciudad de Buenos Aires. Tenía 82 años y, como ella misma lo quiso, sus cenizas fueran echadas al mar, en San Pedro y Miquelón, su costa natal, allá en el Atlántico Norte. Dos años después, partió Atahualpa Yupanqui. Fue en Nîmes, Francia, mientras estaba de gira. Al igual que su esposa, su cuerpo, su alma, su vida, le pertenecen al mundo, a la tierra. Por eso sus restos, repatriados, están en Cerro Colorado bajo un roble europeo.
“Mirá qué curioso: Yupanqui, argentino, murió en Francia, y ella, francesa, murió en nuestro país. ¿No es asombroso?”, cierra Lagger esta conversación sobre una historia de amor que merece ser rescatada del olvido, del cajón apócrifo de la historia, que merece ser contada una y mil veces más.

Fuente: Infobae

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