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Anya Taylor-Joy: "el acoso fue un camino de aprendizaje"

Descubierta por el mundo entero en Gambito de dama vía Netflix, es la actriz de las mil y una caras. Con esos ojos de supuesta inocencia, también es embajadora de moda y belleza Dior. Y por fin se sienta frente a nosotras con su carisma hipnótico.
Mi primera reacción en la reunión con Anya Taylor-Joy es sorprenderme: “¡Realmente está ahí!” ¿Resulta rara esta emoción al ver a la actriz elegida para la portada de ELLE? Por supuesto, pero después de dos años de hacer entrevistas a través de las pantallas en el marco de la pandemia, la excitación por tener a una actriz de carne y hueso sentándose en la silla de enfrente es real. Su piel, su cabellera que toma tonalidades según la luz, el brillo de su boca perfectamente roja, su cuerpo y el flujo de su voz… todo eso está delante de mí y no se interrumpe ni fracasa por la conexión. Qué alivio eso. Además, enseguida aparece la primera evidencia de algo que la hace distinta. Anya Taylor-Joy es Bambi. Es una esbelta y fina criatura con piernas largas enfundadas en medias oscuras y enormes ojos aterciopelados descansando cerca de las sienes. Sí, aparte de una mujer parece un cervatillo. Y el asombro se redobla cuando habla. Porque Anya Taylor-Joy tiene la voz grave. Es decir que Bambi, tendría, digamos, la voz como la de Jason Momoa. Bueno exagero, pero hay algo en esta joven realmente fascinante.
A la pregunta “¿de dónde venís?”, Anya podría responder: de todas partes. Nació en 1996 en Miami. Pero su madre es de origen inglés-español nacida en Zambia. Y su padre, argentino-escocés nacido en Buenos Aires. Ella, sexta hija de su familia con siete años menos que su hermana más cercana en edad, comenzó su vida en español (“mi lengua materna”, dice), en Buenos Aires. Pero a los 6 años fue mudada a Londres, donde vivió tan infelizmente que se rehusaba a hablar en inglés en la escuela, con la esperanza de que algún día se decidieran a traerla de regreso a la Argentina. No tuvo éxito, por desgracia.
“Yo era muy diferente de los demás adolescentes”.
Todo esto, ahora enfrente de mí, Anya lo cuenta entre risas. Pero cuando indagamos un poco en su currículum, vemos que a los 14 años, por iniciativa propia, dejó su colegio inglés para ir a estudiar actuación en Nueva York. “¿Por qué te escapaste de Londres tan joven?”, le pregunto. Anya reconoce haber sufrido bullyng, sin entrar en demasiados detalles o quejarse de su destino. “Creo que a la gente no le gusta lo que no puede entender, especialmente en la pubertad: entre la explosión hormonal y la ignorancia ante el mundo, por falta de experiencia, la crueldad resulta una solución fácil. Yo era muy diferente de los demás adolescentes y no entendía qué tenían contra mí. Pero, en retrospectiva, sé que me las arreglé. Con una gran familia y muy buenos amigos, esa desesperación por el rechazo se fue. A partir del momento en el que llegué a un set, sentí que pertenecía a un grupo. Y para mis adentros, pensé: ‘Ahora sí, acá estoy. Finalmente me siento útil’. En mi caso, el acoso fue un camino de aprendizaje. Cada vez conozco más personas con una carrera similar a la mía, que también fueron señaladas como las inadaptadas.”
Después de estudiar teatro en Nueva York, hizo una breve incursión en el modelaje hasta que empezó a probar suerte en los castings. Y todo lo que necesitaba pasó lo suficientemente rápido. Su lista actual de series y películas en las que trabajó se compara con la de cualquier actriz que ronda los 50. Y apenas tiene poco más que la mitad de esa edad.

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