Sábado 20 de Abril de 2024

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Julieta Laso y su poemario de almas en pena

La cantante acaba de presentar su cuarto disco solista, Cabeza negra. Doce canciones arrabaleras con las que homenajea a la musica popular de nuestro país

Las doce canciones de Cabeza negra, tan breves como magnéticas, permanecen retumbando en el oído con frases que nunca pasan desapercibidas. “Corazón que palpita como campana. Noche en vela”, “¿Cuál es mi pecado para maltratarme así? Me das tormento, sin miramiento”; “Ya no conozco tu pena ni sé lo que siente tu buen corazón. Ay flor morena de luz, tu distancia vale como un cuchillazo, tu luz. Vidita me voy”; “Fui el molde de mi propio padecer. Nunca será mi casa un ataúd”. Y así, una tras otra, en un poemario de almas desesperadas. Pero las canciones no serían nada sin estar al servicio de una voz que les da una forma personal, que las vuelve a transformar en algo imperecedero.

Cabeza negra es el cuarto disco solista de Julieta Laso. Fue producido por Yuri Venturín, director de la Orquesta Fernández Fierro, donde Laso supo ser cantante estable. Un contrabajo, cuatro bandoneones. Ese fue el diseño musical que Venturín armó como plataforma para que la voz de Laso irrumpa en temas que suenan por momentos a milongas, tangos y ritmos rioplatenses, y por otros a folclore norteño y, en menor medida, a otras melodías latinas.

“Cuando me fui de la Fernández Fierro, nos hicimos una promesa con Yuri de armar algo juntos. Pasó la pandemia y ahora lo concretamos, con un sentido del riesgo muy grande. Nunca había ensayado tanto para canciones tan cortas. Me asustó la propuesta orquestal de Yuri, una cosa atípica, casi delirante. Luego fui sumando un bombo legüero y la caja vidalera, así que se armó un disco audaz con una sonoridad popular arraigada en la canción argentina y latinoamericana”, precisa la cantante.

Un repertorio de canciones viejas y nuevas. Salvo la apertura, con letra de Juli Laso –donde escribió versos como “Quiero arder / quiero arder / en el espejo de tu alma me quiero ver”–, el resto de los temas incluye versiones de Tape Rubín, Tomi Lebrero, Palo Pandolfo, Luciana Mocchi, Lele Angeli, Violeta Parra, Fito Páez, Horacio Guarany, Zitarrosa y Alejandro Guyot. El vibrato inconfundible de la cantante porteña, que vive hace unos años en Salta –en pareja con la cineasta Lucrecia Martel, que acaba de estrenar en la plataforma Mubi Terminal Norte, un documental justamente sobre Laso–, retumba a lo largo del disco como un eco anacrónico, poética rabiosa bajo un tono arrabalero siempre en la medida justa.

Como Luciana Jury, son las voces de la nueva generación que le cantan a los suburbios de los sentimientos, esa mezcla de palabras amargas y de hondura visceral con un contenido político, que jamás renuncia a una lírica singular, de rescate de historias femeninas arrasadas por el poder o de las personas que se vieron obligadas a migrar a las ciudades. No casualmente Juli Laso se define como una amante del melodrama, pero no de la “pasión berreta”.

Todo, en la voz de Laso, parece como una elegía al cancionero popular argentino, en un amplio espectro que abarca desde Sandro a Leda Valladares y de Enrique Santos Discépolo a Lucio Mantel, de Tita Merello a Palo Pandolfo. De chica estudió teatro. Se dedicó hasta los 21 años y dejó por algunas malas experiencias –“formé parte de un grupo que se llamaba teatro libre y lo que menos sentía era libertad”, dice amargamente en Terminal Norte–. La última obra de teatro en la que participó era casi un musical, donde tenía que cantar mucho. El director musical era Alejandro Balbis. Él la alentó para que siguiera una carrera como cantante. También Nahuel Ruscio. “Por esa época empecé a estudiar canto con mi maestra Beatriz Muñoz, y sigo con ella”, sintetiza sobre su trayectoria.

Cierto día fue a la milonga Orsay para una prueba. El músico y compositor Julián Peraltale propuso grabar unos temas con su orquesta Astillero. A la semana siguiente estaba en un estudio profesional. Luego se acercaron algunos músicos del cuarteto La Púa, y trabajó con ellos un lapso. Al poco tiempo la llamó Yuri Venturin, el director de La Orquesta Fernández Fierro. “Me cambió la vida. Pude cantar por muchos países, grandes festivales, aprendí muchísimo. Y después de cuatro años con la Fierro, en los que grabamos dos discos, sentí que tenía que empezar mi camino solista”.

Y entonces dice que se enamoró de Lucrecia Martel –“el sonido es una amenaza”, dijo la cineasta recientemente sobre Cabeza Negra– y juntas decidieron irse a vivir al norte del país. Ahora viaja con continuidad a Buenos Aires para cantar. “Antes de la pandemia eso parecía una locura, pero en este momento mucha gente vive así. Me cuesta encontrar un lugar en el norte argentino, porque todo va por la lógica del folclore tradicional. Pero no me quejo, me gusta vivir ahí y al mismo tiempo quiero expandirme por todo el país. Un problema grave sigue siendo el centralismo de la cultura. Es ridículo, pero Buenos Aires acapara todos los medios en un país enorme. Esa es una señal inequívoca de pobreza. Y las canciones de este disco vienen de distintos lugares, de distintas procedencias, unen diferentes realidades”, enfatiza.

Cabeza Negra es una nueva apuesta de Laso en la épica de la interpretación, que profundiza el camino de su último disco, La caldera. Tiene esa épica despojada y coloquial que parece de otro tiempo, remoto, pero que reencarna en el presente en letras que pueden tanto arder en el desamor como conmover en el estilo de una copla para hablar de seres que viven en los márgenes. Como fantasmas que dejan huella en la canción. Y todo bajo un clima oscuro y enrarecido que “se retroalimenta espiritualmente con los arreglos de bandoneones multiplicados por cuatro”, según destaca la propia autora.

Sin dejar de sonar tanguero, el mestizaje sigue siendo el refugio estético donde mejor abreva su voz, capaz de tomar del rock como del folclore, del canto anónimo como del candombe, alejada de las tendencias musicales y del ritmo hegemónico de la industria cultural.

Entre Salta y Buenos Aires el disco se fue cocinado con una presencia mayormente femenina en los bandoneones, en manos de Sofía Calvet, Milagros Caliva, Ayelén Pais, Natsuki Nishiara, Matilde Vitullo, Victoria Gauna y Manuel Barrios, el contrabajo y las percusiones de Venturín y el bombo legüero de Diego Fariza. Juli Laso también destaca al ingeniero de sonido Walter Chacón, que equilibró las distorsiones y efectos en los fueyes, y el cual la acompaña actualmente en su gira por el país para seguir presentando el disco. Una adrenalina que respira en cada vivo: basta verla salir al escenario para cautivarse con su entrañable performance.

“Me gusta cambiar, irme de un lado al otro para no aburrirme de mí misma –concluye la cantante. Es un disco tan dramático como telúrico. Y a su vez es el nombre de una Argentina que se cuenta blanca pero que no lo es, porque no somos simplemente aquello que bajó de los barcos. Y así como incluí temas que amo como Ámbar violeta, de Fito, también me permití descubrir a Daniel Toro, y cantar sus versos en los aires folclóricos de “Mi mariposa triste”: ‘¿Quién te empujó hasta mis brazos para abrir la noche de mi soledad?’”.

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