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El Chango Rodríguez: el primer poeta urbano del folclore

En el marco de los 101 años del nacimiento del Chango Rodríguez, quiero compartir una reflexión que nace desde lo personal, pero que —estoy seguro— representa el sentir de muchos.

Por: Carlos Alberto Lucentti

En el marco de los 101 años del nacimiento del Chango Rodríguez, quiero compartir una reflexión que nace desde lo personal, pero que —estoy seguro— representa el sentir de muchos.

A mi entender, no hay mejor zamba dedicada a una madre que Zamba de mi madre, esa joya que escribió el Chango Rodríguez con ternura y nostalgia. “De nuevo en sus brazos, volver a ser niño, vivir como solo, se vive una vez”, dice, y ya con eso nos desarma. Porque logra lo que solo los grandes poetas pueden: resumir un sentimiento universal en pocas palabras, sin estridencias, con el alma en la voz.

Y ahí empieza a revelarse el verdadero valor del Chango Rodríguez. No fue solamente un gran cantor, sino alguien que supo retratar la emoción, el humor, el dolor y la identidad desde un lugar único: el paisaje urbano de Córdoba. Por eso, sostengo —y lo digo con convicción— que el Chango fue el primer, y quizás el único, poeta urbano del folclore argentino.

Eso no quiere decir que haya ignorado lo rural. De hecho, su primera creación, Vidala de la Copla —una vidala chayera que compuso a los 14 años— ya mostraba su sensibilidad por la raíz profunda del interior. Y canciones como De Simoca, convertida casi en un segundo himno de Tucumán, también lo conectan con los ritmos, paisajes y costumbres del campo argentino. Pero su sello más fuerte, lo que lo vuelve único, fue su capacidad de llevar el lenguaje del folclore a los barrios, a la calle, al corazón urbano de Córdoba.

Chango Rodríguez, nacido en Córdoba en 1914, marcó una época con su estilo inconfundible: voz suave, pausada, pero cargada de contenido humano y social. Fue autor, compositor y protagonista de una vida intensa, que lo llevó incluso a estar preso por un hecho trágico. Pero ni el encierro le apagó la inspiración: de esas experiencias surgieron algunas de sus obras más sentidas.

Córdoba es una ciudad cosmopolita. Recibe estudiantes, trabajadores, soñadores de todo el país. Y no hay uno que, al irse, no se lleve al menos dos canciones del Chango como recuerdo imborrable: Luna cautiva y Zamba de Alberdi. Esas obras funcionan como sellos de identidad cordobesa, himnos que viajan de boca en boca, cruzando provincias, generaciones y emociones.

En Zamba de Alberdi, el Chango logra pintar con precisión y sentimiento un barrio que fue suburbio y después hogar de universitarios, con la cañada, la barranca y el hospital de clínicas. En Luna cautiva, canta a la luna como si fuera prisionera, cuando en realidad él era el cautivo, encerrado en un penal. Pero lo hace con una delicadeza tal, que transforma el dolor personal en poesía universal.

Y si algo lo distingue aún más, es el humor. Porque el Chango fue, además de poeta y cantor, una persona muy divertida, ocurrente, profundamente cordobesa en su forma de ser. En temas como Viaje a la luna despliega esa picardía tan nuestra: el protagonista habla con el diablo, que le dice que construya un infierno aparte. Y cuando todo parece perdido, Dios lo rescata. Son locuras entrañables, fabulosas, pero no por mentirosas, sino por esa picardía natural del cordobés que disfruta inventar, exagerar, hacer reír sin perder profundidad.

También fue un artista que valoró profundamente a sus pares, sobre todo a los de su tierra. Aunque su música trascendió fronteras, muchas veces se rodeó de músicos, poetas y guitarreros cordobeses, manteniendo viva una forma de hacer folclore que no se parecía a ninguna otra. Cantaba en cordobés, con la tonada, con los giros locales, con el idioma de la calle. Y en eso también fue pionero.

En canciones como La patrulla, refleja esa Córdoba nocturna donde la fiesta se termina cuando llega la policía. En Del cordobés, hace un retrato perfecto del hombre local, orgulloso de su acento y su humor. Y en Chacarera de las Ponce, se anima a cantar sobre el mundo de la prostitución sin juzgar, con ternura, con una mirada humana que muy pocos artistas se han atrevido a tener.

Por todo esto, y mucho más, sostengo que el Chango Rodríguez fue —y es— un cronista lírico de la ciudad. Un testigo poético del alma urbana de Córdoba. Le cantó a los olvidados, a los barrios, a los personajes que nadie nombraba. Y lo hizo con belleza, con hondura, con picardía, y con una voz que sigue siendo única.

Tal vez su poesía sea simple, pero jamás chavacana. Es una poesía simple y profunda, como lo son las cosas verdaderas. Porque en el afán de buscar metáforas elevadas, muchos artistas se alejan del pueblo. En cambio, el Chango Rodríguez escribió desde lo común, desde lo urbano, desde lo cercano. Y eso no le quitó profundidad, al contrario: le dio verdad. Y la verdad, en boca de un poeta, siempre emociona.

A 101 años de su nacimiento, seguimos celebrando al Chango no solo por lo que hizo, sino por lo que nos sigue diciendo cada vez que lo escuchamos.

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