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El Chaqueño Palavecino reveló un peculiar secreto de belleza
El popular músico contó cómo cuida su piel y su estética de una manera muy particular.
Le cuesta llegar al encuentro, no sólo por un dolor en su rodilla sino porque la gente, en el camino, se para a saludarlo y pedirle fotos y videos. Oscar “El Chaqueño” Palavecino (59), le dedica el tiempo necesario a cada uno. Después se sienta a la mesa y, como anfitrión experimentado, hace sentir cómodos a todos los comensales quienes no pueden probar bocado, absortos por las historias que cuenta. Tiene la capacidad de absorber la atención hablando de historia argentina con un sorprendente conocimiento y relacionándola con su propia vida.
Nacido en el monte del chaco salteño, perdió a su padre cuando era muy pequeño. Tuvo que sobrevivir junto a su madre y su hermano y la vida era dura. “Pasamos momentos difíciles porque era una zona olvidada entre Bolivia y Paraguay. Sólo había una enfermería y vivíamos del trueque: Un cuero de iguana, cerda, lana o el animal a cambio de azúcar, yerba o lo que necesitáramos”, comienza su relato y sigue: “Por ahí se vendía una yunta de animales y eso hacía que tengas plata, que ni sabías cuál era el valor. Vivíamos con el pan nuestro de cada día”.
Oscar piensa en los momentos de hambre y parece revivir esa etapa: “Había escasez. A veces el otro tenía y uno no, y tampoco había para comprar, sin embargo siempre había música. Mi bisabuela cantaba y eso lo transmitió a las generaciones siguientes. A pesar de todo lo que nos pasaba, en el medio estuvo nuestra música regional con los cantores de la familia entre los que estaba yo”.
El no conoció el significado de la palabra infancia. Fue una etapa dura y sin juegos. “Había que trabajar y como fuimos los primeros nietos del lugar, a los 4 años mi hermano y yo éramos solicitados por los vecinos, que eran familia: `Prestame el chango para mandarlo a hacer esto´, `prestame el chango para tirar del carro, para que vaya al cerro´, y lo hacíamos con gusto. Los tíos nos cuidaban. Era así. A los 5 años ya estaba sobre el caballo ayudando a sacar el agua del pozo porque había sequía. O también teníamos que ir a buscar mercadería y eso estaba a 5 km. La casa tenía piso de tierra y toda era gente de bien. Siempre nos inculcaron la lucha para salir adelante y trabajar”.
Palavecino dice que el único “lujo” con el que contaban era una radio, la que sólo accionaba el mayor de la familia y a veces llegaba algún diario, pero ellos apenas si sabían leer. No había conversaciones, eran huraños y de poco contacto con la gente: El mayor estaba en un lugar y el menor en el otro. En medio de esa cruda realidad, su madre enferma y fallece a los 50 años. “Mi mamá estaba muy debilitada y al poco tiempo, la viejita se nos fue y quedamos con mi hermano solos en la escasez del monte, así que empezamos a hacer de todo. Después de un tiempo, nos fuimos al pueblo. Trabajaba en los aserraderos, fui camionero, colectivero, limpiaba palos de quebracho de los obrajes para hacer durmientes. Había que generar el mango. No preguntábamos cuánto nos iban a pagar: lo que nos daban estaba bien. Mi hermano tenía un rifle y, si tenía una bala, era eso lo que nos daba de comer. Cazábamos patos o lo que había. Todavía lo mantengo. Era el que nos daba el sustento. En el pueblo para algunas cosas era peor, porque en el monte si te faltaba azúcar, venía un nativo y te daba, en cambio en el pueblo necesitabas el billete.
Sin embargo y, a pesar de las dificultades que afrontaba para salir adelante, El Chaqueño comenzó a cantar en el pueblo. “Era una diversión cantar en donde sea. Así empezó mi carrera artística y por primera vez me subí a un escenario. Ya había un músico, un bombo y una guitarra y al poco tiempo grabé mi primer cassette que produje yo mismo con lo que tenía. No estaba la suerte de que venga un sello grabador de Buenos Aires —que era mi sueño— ¡pero me sentía tan orgulloso! Ya desde entonces me daba cuenta que los aplausos para mí eran diferentes y quise enriquecerlos. La música chaqueña era ninguneada y nuestra zamba era diferente a las otras”.
En ese tiempo Palavecino empezó a mostrarse pública y profesionalmente. A los 16 se fue a Salta Capital y la carrera comenzaba a tener otro color: “Tenía que pensar en vestirme y armar el espectáculo. Cantaba lo tradicional y junto con mi hermano y el policía siempre innovábamos algo. Soy un intérprete que canta temas de distintos poetas. Elijo lo que me gusta, si me cae bien y lo puedo interpretar”.
—¿Se imaginaba a donde iba a llegar?
—Nunca. Sí tenía sueños: me gustaba jugar fútbol y tenía latente la pregunta de ¿cómo uno, que viene de abajo, puede hacer para “salvarse”? Ni yo me valoraba con lo que hacía. No tuve la oportunidad de terminar el secundario, pero aprendí a vivir. Ya hace 35 años que canto profesionalmente.
—¿Dónde fueron sus primeros éxitos?
—Entré mucho en el sur de Bolivia y el oeste de Formosa. Pero tardé en triunfar. Llevaba 10 años cantando y no podía llegar a Buenos Aires. Ya había sido premiado en Cosquín y otros grandes escenarios pero esperaba la consagración de la que estoy cumpliendo recién 20 años. Con “Amor Salvaje”, las empresas se interesaron en mí. Todo fue más rápido gracias a la gente.
—¿Se dio el gusto de tener lo que le faltó de niño?
—Si. Un buen caballo, un buen ensillado, bicicleta, después moto, más tarde un auto viejo y después uno nuevo. Todo con sudor. Lo que más feliz me hizo fue representar a mi región, a mi provincia y a mi país. Sin soberbia, siento que hice una conquista, que es como un gol de media cancha. Y en lo profesional me di todos los gustos. Canté en Cosquín, en Jesús María, en festivales importantes y traspasé fronteras.
—¿Es coqueto?
—Un poco. Me cuido la piel. Uso grasa de iguana y el Aloe Vera: me lo pongo en la cara, cuando tengo lastimaduras, quemaduras y lo como en la ensalada porque fortalece y rejuvenece. Pero tengo varios asados y muchos tintos.
—¿Alguien lo asesora con la vestimenta?
—Los que somos de esa zona usamos la ropa de fajina para el trabajo y la de salir que es lo que uso ahora. Eso es respetado porque lo llevaban los mayores; uso joyas, pero no es por ostentación sino por lo cultural y es propio de los hombres. Me ayuda mi hermano y muchos son regalos que me hace la gente. Me gusta usarlos porque en la familia siempre fue así y todo tiene un sentido. El hombre tradicionalmente es el que usa anillos, pero si me pongo todos los que tengo no me alcanzarían los dedos. El reloj sí, lo compré en Las Vegas. Siempre elegía ropa negra con un toque de rojo, pañuelo blanco y un buen sombrero que siempre tiene que estar derecho, nunca doblado. El sombrero viste mi cabeza y me identifica. Es mi marca registrada como también lo es mi nombre.
—¿Cómo es su vida?
—Tengo hijos, casa, mujer, hermanos. Soy normal. La familia está sobre todo. Es lo que me motiva y por quienes lucho. Lamento no tener a mi madre, de quien llevo el apellido, para brindarle todo lo que no tuvimos. Por eso a mis hijos les vivo comprando botines porque les gusta el fútbol y no les mezquino nada.
—¿Es un hombre de fe?
—Creo que existe Dios por lo que me ha pasado en la vida: venir de donde vengo, un lugar sufrido y olvidado y estar donde estoy; pero no es que me golpee el pecho todos los días ni que voy por ir a la iglesia. Pero llegar al Luna Park, ¡la pucha, si se lo agradecí a Dios! Mi hermano siempre me resalta cuando me sacan fotos porque cuando era pibe lo desconocía y cuando supe qué era una máquina de fotos, inclinaba la cabecita para salir en la imagen. Que hoy se quieran fotografiar conmigo significa que alguien me ha aceptado y ese es un valor inmenso. Mi universidad han sido la calle y la gente y defiendo el folclore como tantos. Soy uno más de mi región que lo pudo introducir a nivel nacional.
—¿Todavía hay pobreza en su pueblo natal?
—Si y por eso ayudamos a través de mi Fundación, pero no por demagogia. “Santa Victoria” y “El Rancho Ñato” nos necesitan y ahí vamos, y ahora, el 23 de noviembre, como cada año, hacemos una gala folclórica para recaudar. Cobramos la tarjeta, hacemos sorteos de donaciones y cantamos. Es una fiesta que alegra el alma y eso va para otro. Cuando no alcanza, pongo de mi bolsillo.
—¿Volvió a su hogar de la infancia?
—He vuelto a la casa materna y está el árbol donde mi madre tenía el telar. Ahí no hay uno solo que no tenga su canción y fueron mi fuente de inspiración... estaba la matrona que era la sanadora del lugar, tanto de las personas como de los animales y si morías te rezaba un responso. Ese pedacito de terruño es mío, a pesar de que siempre se sufrió mucho el calor. Yo soy curtido y agradecido, nada de resentido social porque lo que me pasó en la vida, me premió con trabajo, talento, lucha y las ganas de ser alguien, y eso es lo que nunca se tiene que perder.
—¿Hasta cuándo va a cantar?
—Todavía tengo muchas ganas y como se dice: El pájaro canta hasta morir y yo soy como el pájaro. Vengo de cantar 11 días sin parar en el sur y cuanto más entrenada tengo la garganta, es mejor. Mi próxima gran apuesta es el 20 y 21 de diciembre en el Gran Rex donde voy a presentar mi tan esperado álbum “Soy y Seré”, con la promesa de un volumen 2 antes de fin de año. Ahí cuento mi vida, que muchos no la conocen y también incluyo “Flores Para mi Madre” que es un vals precioso pero no es de mi autoría. Tardé 15 años en grabar ese tema, la misma edad que tenía cuando la perdí.
—¿Cómo se define?
— Soy un cantor popular al que le sale la música de sus entrañas, uno hombre que canta con el alma y que siente frío y calor como todos. Soy de carne y hueso y valoro el abrigo porque no lo he tenido y aunque no soy el mejor: Soy yo.
—¿Qué espera de la vida?
— Que me deje seguir cantando, que no me quite lo que quiero y que mi fuego sagrado permanezca intacto para alegrar a la gente. Ya entré en la cuenta regresiva y algún día se acabará mi canto y partiré como todos, pero tengo la dicha de dejar mis grabaciones. Mi anhelo también es representar a mi Argentina con bailarines, músicos y cantando zambas y chacareras, lo que se expresa con cuerpo y alma. Es una conjugación muy linda que quiero hacer en otro país.
—¿Cuál es su último deseo?
—Irme bien, seguir creyendo en Dios y decir: Soy un agradecido de lo que me pasó.
POR: LETICIA POMO-FOTOS: MARCELO DUBINI
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